28 ago 2017

Texto bello dedicado al cantante valenciano Raimon: Recuerdos de juventud



GRÀCIES, RAIMON
18 July 2017 · per J. I. González Faus · a Cultura.

Dos pares de lecciones nos dejó Raimon tras su retirada. Uno es personal y cabe en estas dos palabras: coherencia y modestia. El otro es musical y a él voy a referirme en estas líneas. Como el espacio es limitado, atenderé sólo a las  primeras canciones del rapsoda.
En toda la obra de Raimon es fundamental la letra. Quizás por aquello de que “vengo de un silencio, antiguo y muy largo” (jo vinc d’un silenci antic i molt llarg), la música de Raimon parece hecha para sustentar y subrayar una palabra constante y concisa. Sus letras son muchas veces como mantras repetitivos, de esos que hoy tantos buscan para meditar. Pequeñas frases que gotean sobre el alma, aspirando a conseguir aquello del verso latino: la gota excava la piedra, no por fuerza sino por constancia (“gutta cavat lapidem no vi sed saepe cadendo”). Así, por ejemplo, nos va calando aquello de que somos “una luz que se escapa, una luz que se apaga, una luz que no es luz: somos la gran humareda de la tierra; venimos de la tierra, iremos a la tierra, vivimos en la tierra y seremos de la tierra”. Ahí parece latir ya la “sombra” (como Píndaro define al hombre) o la “mentira” como lo define Buda. Raimon es un excelente poeta; y me atrevo a preguntar si un Nobel de literatura no le hubiera caído mejor a él que a Bob Dylan.

La melodía se pone entonces al servicio de ese mensaje: se interrumpe o se repite para darle realce, lo adorna, le da fuerza y lo convierte en grito. No me parece posible tararear una música de Raimon sin su letra. Y, aunque sorprenda lo que voy a decir, la melodía de Raimon, vista así, me ha evocado muchas veces a un canto gregoriano, pero invertido: porque, en el gregoriano, la melodía mece y alarga muchas veces a la letra. Mientras que en Raimon es al revés: la letra ciñe a la melodía y la hace adaptarse a ella como un vestido escueto en un cuerpo bello de mujer. Parodiando a McLuhan cabría decir que, en Raimon, “la melodía es también el mensaje”.

Atendamos, pues, ahora al mensaje. Antes nos habíamos quedado en que “som el gran fum de la terra”: la sombra de Píndaro, dije. Y he aquí que, sorprendentemente, ese humo puede gritar bien sonoro “al viento”: arrostrándolo y encarándose a él con “la cara, el corazón, las manos y los ojos” (la cara al vent, el cor al vent…). “Llena de noche”, la sombra pindárica se vuelve al viento “buscando la luz, buscando la paz, buscando a Dios” por todas partes. Siempre me ha sorprendido que ésa fuese la primera canción de Raimon, por lo precisas y bien expresadas que están las tres búsquedas: la luz, de la que cada vez distamos más en esta era de postverdad; la paz, que cada vez nos faltará más porque la paz sólo brota de la justicia (y cuando no brota de ahí nos recordará el poeta que “muchas veces la paz no es más que miedo”); y Dios, en esta hora de la idolatría de Mamôn[1], de la que Heidegger dijo aquello de: “sólo un Dios puede salvarnos”.

“Somos” y “buscamos” son los verbos de esas dos canciones. La sombra se convierte aquí en el sueño que completará la frase de Píndaro (el hombre: “sueño de una sombra”), pero dándole ahora un sentido más positivo que en el vate griego. La mentira del ego se convierte ahora en “la naturaleza de Buda” que está en lo más hondo de todos nosotros. Y lo mismo podríamos decir con léxico cristiano, como el de aquel poema del entrañable Blanco Vega: “y limpia en lo más hondo del corazón del hombre, Tu imagen empañada por la culpa”.

Por qué el epifenómeno de la tierra (“el gran fum”) se atreve a encarar así al viento, nos lo responde quizás otra de sus primeras canciones; “en ti amo al mundo”. El verdadero amor vuelve al eros humano capaz de saltar de la persona amada al mundo entero. Y, para que no sea un mundo abstracto (porque es demasiado fácil y demasiado falso amar sólo a los abstractos), ese mundo se concreta en seguida: “tu tierra” (que no es la mía) y “tu gente” (que tampoco es la mía). Ése es “el difícil camino del amor” pero es también “el único camino cierto”.

Y cuando ese amor se enfrenta con el mundo descubre que “el pan es hambre para muchos” y que “la sangre es ley” de esta tierra. Hasta que brota de ahí el último mantra de la canción de Raimon: un repetido “No”, y No, y No…, que invita a seguir diciendo “No”, y nos empapa hasta gritar que no queremos ser de ese mundo. En contraposición al “Om” de la tradición hindú, armónico y pacificador, este “No” busca más bien despertarnos de nuestro sueño de inhumanidad.
Gracias pues, amigo Raimon. Hasta ahora ha sido bueno que pudiéramos oírte de vez en cuando. Ojalá en adelante te cantemos cada vez más.

25 ago 2017

Belleza de la Creación

El Papa Francisco ha subido un video a las redes para que en todo el mes de Agosto no tuvieramos solo pensamientos de descanso y de vacaciones sino que en los lugares en que nos encontremos sepamos admirar toda la Belleza de la Creación , no solo en sus paisajes del agua, mar, rios y montañas y puestas de Sol sino en sus artistas. Y a todos invita...

Precioso entrar en ese you tube
https://www.youtube.com/watch?v=OQmTmC8PB34


La solidaridad: un paradigma olvidado. Leonardo Boff





Hay una falta clamorosa de solidaridad en el momento actual de nuestra historia. Se nos ha informado de que en este exacto momento 20 millones de personas están amenazadas de morir literalmente de hambre en Yemen, Somalia, Sudán del Sur y Nigeria. El grito de los hambrientos se dirige al cielo y a todas las direcciones. ¿Quién los escucha? Un poco la ONU y solo algunas valientes agencias humanitarias.
En nuestro país, por causa de los ajustes promovidos por los gobernantes actuales, que dieron un golpe parlamentario, buscando imponer su agenda neoliberal, hay por lo menos 500 mil familias que han perdido la “bolsa familia”. Los pobres están cayendo en la miseria de la cual habían salido y los miserables se están volviendo indigentes. No son pocos los que vienen a nuestra ONG en Petrópolis (Centro de Defensa de los Derechos Humanos), que existe desde hace 40 años, pidiendo comida. ¿Es posible negar el pan a la mano extendida y a los ojos suplicantes sin ser inhumano y carente de piedad?
Es urgente que rescatemos el significado antropológico fundamental de la solidaridad. Ella es antisistema, pues el sistema imperante capitalista es individualista y se rige por la competencia y no por la solidaridad y la cooperación. Esto va contra el sentido de la naturaleza.
Nos dicen los etnoantropólogos que la solidaridad nos hizo pasar del orden de los primates al orden de los humanos. Cuando nuestros antepasados antropoides salían a buscar sus alimentos, no los comían individualmente. Los llevaban al grupo para comer juntos. Vivían la comensalidad, propia de los humanos. Por tanto, la solidaridad está en la raíz de nuestra hominización.

El filósofo francés Pierre Leroux a mediados del siglo XIX, al surgir las primeras asociaciones de trabajadores contra el salvajismo del mercado, recuperó políticamente esta categoría de la solidaridad. Era cristiano y dijo: «debemos entender la caridad cristiana hoy como solidaridad mutua entre los seres humanos» (Cf. Jean-Louis Laville, L’économie solidaire: une perspective internationale, 1994, 25ss).
La solidaridad implica reciprocidad entre todos, como un hecho social elemental. De ahí nació la economía del don mutuo, tan bien analizada por Marcel Mauss.
Si miramos bien, la naturaleza no creó un ser para sí mismo, sino a todos los seres unos para otros. Estableció entre ellos lazos de mutualidad y redes de relaciones solidarias. La solidaridad originaria nos hace a todos hermanos y hermanas dentro de la misma especie.

La solidaridad, por tanto, es indisociable de la naturaleza humana en cuanto humana. Si no hubiese solidaridad no tendríamos manera de sobrevivir. No tenemos ningún órgano especializado (Mangelwesen de A. Gehlen) que garantice nuestra subsistencia. Para sobrevivir dependemos del cuidado y de la solidaridad de los otros. Es un hecho innegable de otros tiempos y también de hoy.
Pero tenemos que ser realistas, nos advierte E. Morin. Somos simultáneamente sapiens y demens, no como decadencia de la realidad sino como expresión de nuestra condición humana. Podemos ser sapientes y solidarios y crear lazos de humanización. Pero también podemos ser dementes y destruir la solidaridad, degollar personas como hacen los militantes del Estado Islámico o quemarlas dentro de una montaña de neumáticos, como hace la mafia de la droga.

Por causa de nuestro momento demente Hobbes y Rousseau vieron la necesidad de un contrato social que nos permitiese convivir y evitar que nos devorásemos recíprocamente.
El contrato social no nos exime de tener que reactivar continuamente la solidaridad que nos humaniza, sin la cual el lado demente predominaría sobre el sapiente.

Es lo que estamos viviendo a nivel mundial y también nacional, pues poquísimos controlan las finanzas y el acceso a los bienes y servicios naturales, dejando a más de la mitad de la humanidad en la indigencia. Bien decía el Papa Francisco: el sistema imperante es asesino y anti-vida.
Entre nosotros, las políticas actuales de ajustes fiscales están sobrecargando especialmente a los pobres y beneficiando a los pocos que controlan los flujos financieros. El Estado debilitado por la corrupción no consigue frenar la voracidad de la acumulación ilimitada de las oligarquías.

Hubo Alguien que fue solidario con nosotros. No quiso aprovecharse de su condición divina. Antes “por solidaridad se presentó como simple hombre” (Flp 2,7) y acabó crucificado. Esta solidaridad nos devolvió humanidad (nos salvó) y continúa animándonos a “tener los mismos sentimientos que él tuvo” (Flp 2,5).
Es urgente que rescatemos el paradigma básico de nuestra humanidad, tan olvidado, la solidaridad esencial. Fuera de ella desvirtuamos nuestra humanidad y la de los otros.

Leonardo Boff