28 dic 2020

La Navidad de Jesús y nuestra Navidad bajo la COVID-19

 2020-12-24


La Navidad del año 2020 tal vez sea la más parecida al verdadero nacimiento de Jesús bajo el emperador romano César Augusto.

Este emperador había mandado hacer un censo de todo el imperio. La intención no era sólo, como entre nosotros, contabilizar cuantos habitantes había. Era esto, pero con el propósito de cobrar un impuesto a cada habitante, que sumado al de todas las provincias se destinaba a mantener encendida la pira de fuego permanentemente y a sustentar los sacrificios de animales al emperador, que se presentaba y así era venerado, como dios. Tal imposición a todos los habitantes del imperio provocó revueltas entre los judíos. 

Este hecho fue usado más tarde por los fariseos para tender una trampa Jesús: ¿debía pagar o no el impuesto al César? No se trataba del impuesto común, sino de aquel que cada persona del imperio debía pagar para alimentar los sacrificios al emperador-dios. 

Para los judíos esto significaba un escándalo pues adoraban a un único Dios, Yavé; ¿cómo iban a poder pagar un impuesto para venerar a un falso dios, el emperador de Roma? Jesús se dio cuenta de la celada. Si aceptaba pagar el impuesto sería cómplice de adoración a un dios humano y falso, el emperador. Si se negaba, se indispondría con las autoridades imperiales al negarse a pagar el tributo en homenaje al emperador-dios. 

Jesús dio una respuesta sabia: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. En otras palabras, dad al César –un hombre mortal y un falso dios– lo que es de César: el impuesto para los sacrificios; y a Dios –el único verdadero– lo que es de Dios: la adoración. No se trata de la separación entre la Iglesia y el Estado, como comúnmente se interpreta. La cuestión es otra: ¿cuál es el Dios verdadero? Denle a él lo que le corresponde, la adoración. Y al Cesar, el falso dios, lo que es del César: la moneda del impuesto. No mezclen a dios con Dios. 

Pero volvamos al tema: La Navidad de 2020 se asemeja a la navidad de Jesús, como nunca antes en la historia. La familia de José y María encinta, es hija de la pobreza como la mayoría de nuestro pueblo. Las hospederías estaban llenas, como aquí los hospitales están llenos de gente contaminada por el virus. Como pobres, José y María tal vez no eran capaces de pagar los gastos, así como entre nosotros quien no es atendido por el SUS (Sistema Único de Saúde) no tiene cómo pagar los costes de un hospital particular. María estaba a punto de dar a luz. A la pareja no le quedó otra solución que refugiarse en un establo de animales, como hacen hoy tantos pobres que no tienen dónde dormir y se acuestan bajo las marquesinas o en un rincón de cualquier ciudad. Jesús nació fuera de la comunidad humana, entre animales, como tantos de nuestros hermanos y hermanas menores nacen en las periferias de las ciudades, fuera de los hospitales, en sus pobres casas. 

Después de su nacimiento, el Niño fue amenazado muy pronto de muerte. Un genocida, el rey Herodes, mandó matar a todos los niños menores de dos años. ¿Cuántos niños en nuestro contexto son muertos por los nuevos Herodes vestidos de policías que matan a niños sentados a la puerta de sus casas? El llanto de las madres es el eco del llanto de Raquel en uno de los textos más conmovedores de todas las Escrituras: “En la Baixada (en Ramá) se oyó una voz, mucho llanto y muchos gemidos: es la madre llora a sus hijos muertos y no quiere ser consolada porque los perdió para siempre” (cf.Mt 2,18). 

Por temor a ser descubierto y muerto, José tomó a María y al niño, atravesaron el desierto y se refugiaron en Egipto. Cuántos hoy, bajo amenaza de muerte por las guerras y por el hambre, tratan de entrar en Europa y en Estados Unidos. Muchos mueren ahogados, la mayoría es rechazada, como en la catoliquísima Polonia, y son discriminados; se llega a arrancar a los niños de sus padres, y se los encierra en jaulas, como pequeños animales. ¿Quién les enjugará las lágrimas? ¿Quién les quitará la saudade de sus padres queridos? Nuestra cultura se muestra cruel con los inocentes y con los inmigrantes forzados. 

Después que murió el genocida Herodes, José tomó a María y al Niño y fueron a esconderse en un pueblecito, Nazaret, tan insignificante que ni siquiera consta en la Biblia. Allí el Niño “crecía y se fortalecía lleno de sabiduría” (Lc 2,40). Aprendió la profesión del padre, José, un fac-totum constructor de tejados y cosas de la casa, un carpintero. Era también un campesino que trabajaba el campo y aprendía a observar la naturaleza. Allí estuvo escondido hasta cumplir treinta años, cuando sintió el impulso de salir de casa y empezar la predicación de una revolución absoluta: “El tiempo de espera acabó. El gran cambio (Reino) está llegando. Cambien de vida y crean en la buena noticia” (cf.Mc 1,14): una transformación total de todas las relaciones entre los humanos y con la propia naturaleza. 

Conocemos su fin trágico. Pasó por el mundo haciendo el bien (Mc 7,37; Hechos 10,39), curando a unos, devolviendo la vista a los ciegos, dando de comer a las multitudes y compadeciéndose siempre del pueblo pobre y sin rumbo en la vida. Los religiosos, confabulados con los políticos, lo prendieron, lo torturaron y lo asesinaron, crucificándolo. 

Salgamos de estas “densas sombras” como dice el Papa Francisco en la Fratelli tutti. Volvamos la mirada clara al nacimiento de Jesús. Él nos muestra la forma como Dios quiso entrar en nuestra historia: anónimo y escondido. La presencia de Jesús no apareció en la crónica de Jerusalén ni mucho menos en la de Roma. Debemos aceptar esta forma escogida por Dios. Se realizó la lógica inversa a la nuestra: “todo niño quiere ser hombre; todo hombre quiere ser grande; todo grande quiere ser rey. Solo Dios quiso ser niño”. Y así sucedió. 

Aquí resuenan los bellos versos del poeta portugués Fernando Pessoa: 

Es el Eterno Niño, el Dios que faltaba. 
Es tan humano que es natural.
Es lo divino que ríe y juega. 
Es un niño tan humano que es divino 

Tales pensamientos traen a mi memoria a una persona de excepcional calidad espiritual. Fue ateo, marxista, de la Legión Extranjera. De repente sintió una conmoción profunda y se convirtió. Escogió el camino de Jesús, en medio de los pobres. Se hizo Hermanito de Jesús. Llegó a una profunda intimidad con Dios y lo llamaba siempre “el Amigo”. Vivía la fe según el código de la encarnación y decía: “Si Dios se hizo gente en Jesús, gente como nosotros, entonces hacía pipí... lloriqueaba pidiendo el pecho, hacía pucheros si tenía el pañal mojado”... Al principio le habría gustado más María, y después, crecidito, más José, cosa que los psicólogos explican en el proceso de la realización humana.

Fue creciendo como nuestros niños, observaba a las hormigas, tiraba piedras a los burros y, travieso, levantaba el vestidito a las niñas para molestarles, como imaginó irreverentemente Fernando Pessoa en su bello poema sobre Jesús Niño. 

Ese hombre, amigo del Amigo, “imaginaba a María acunando a Jesús para que durmiera porque de tanto jugar fuera se excitaba mucho y le costaba cerrar los ojos; lavaba los pañales en el balde; cocinaba la papa para el Niño y comidas más fuertes para el trabajador, el buen José”. 

Ese hombre espiritual italiano que vivió, muchas veces amenazado de muerte, en tantos países de América Latina y varios años en Brasil, Arturo Paoli, se alegraba interiormente con tales cavilaciones, porque las sentía y vivía como conmoción del corazón, de pura espiritualidad. Y lloraba con frecuencia de alegría interior. Era amigo del Papa que lo mandó a buscar con un coche a su pequeña ciudad a unos 70 km de Roma para pasar la tarde juntos y hablar de la liberación de los pobres y de la misericordia divina. Murió a los 103 años como un sabio y un santo. 

No olvidemos el mensaje principal de Navidad: Dios está entre nosotros,  asumiendo nuestra condition humaine, alegre y triste. Es un niño quien nos va a juzgar, no un juez severo. Y este niño sólo quiere jugar con nosotros y no rechazarnos nunca. Finalmente, el sentido más profundo de la Navidad es éste: nuestra humanidad, un día asumida por el Verbo de la vida, pertenece a Dios. Y Dios, por malos que seamos, sabe que venimos del polvo, y tiene con nosotros una misericordia infinita. Él nunca puede perder, ni va a permitir, que un hijo o una hija suya se pierdan. Así que a pesar de la Covid-19 podemos vivir una discreta alegría en la celebración familiar. Que la Navidad nos dé un poco de felicidad y mantenga en nosotros la esperanza del triunfo de la vida sobre la Covid-19.            

21 dic 2020

¡ Qué va a pasar en Africa con el agua?

Esta noticia es muy preocupante para el continente africano tambien. En muchas de sus ciudades la gente ya tiene que pagar unos centimos de euro para conseguir llenar sus botellas y garrafas convirtiendo un derecho humano  y vital para la vida en algo por lo que se debe de abonar un precio. ¿A que extremos estamos llegando con nuestra vida consumista?

 ://www.eleconomista.es/mercados-cotizaciones/noticias/10930664/12/20/El-agua-empieza-a-cotizar-en-el-mercado-de-futuros-de-Wall-Street-junto-al-petroleo-o-el-oro.html

1 dic 2020

Maradona, metáfora de la condición humana trágica

 2020-11-29



¿Qué es el ser humano? Por más que las ciencias traten de definir al ser humano, éste continúa siendo siempre una cuestión abierta. San Agustín (354-430) que se preocupó desesperadamente durante toda su vida por encontrar una respuesta, terminó diciendo sólo: mihi magna factus sum quaestio: “me he convertido en un gran problema para mí mismo”. Y se calló.

A veces no son las ciencias ni las religiones quienes nos proporcionan la mejor imagen (en vez de una definición), sino los literatos. La mejor fórmula para mí la encontré en Antoine de Saint Exupéry, el autor de El Principito, en su novela La Ciudadela. En ella entiende al ser humano como un nœud de relations, “un nudo de relaciones en todas las direcciones”. Va más allá de la sexta tesis de Marx sobre Feuerbach al definir: “esencia humana es el conjunto de sus relaciones sociales”. Ésta visión es reduccionista: el ser humano es el conjunto de sus relaciones totales y en todas las direcciones, no sólo sociales. Tiene también sentido decir que “es un proyecto infinito, siempre en busca de su objeto adecuado, nunca encontrable en el ámbito en que vive”, lo que le lleva a trascender este mundo.

Aparte de esta búsqueda sin fin, cabe seguramente decir que es un ser complejo, la conjunción de dos dimensiones que en él siempre se dan conjuntamente: lo positivo y lo negativo, lo luminoso y oscuro, lo inteligente (sapiens) y lo demente (demens), lo afortunado y lo trágico, la pulsión de vida (eros) y la pulsión de muerte (thánatos), lo utópico y lo histórico, la realización y la frustración, la derrota y la victoria, la gentileza y la grosería, la cordialidad y la rudeza, lo poético y lo prosaico, lo dia-bólico (que divide) y lo sim-bólico (que une), el equilibrio y el exceso, el caos y el cosmos, el águila y la gallina. Esta dualidad no es un defecto de creación. Es la condición humana real. Esta misma estructura se encuentra en el cosmos (orden y desorden) y en cada ser vivo e inerte (autónomo e integrado). Se trata de una constante universal.

El reto para cada ser humano no es negar una de las partes –lo que sería imposible y resultaría incluso peor–, sino cómo integrar esta dualidad, cómo encontrar un justo equilibrio dinámico –siempre sin terminar–, de forma que pueda construir su identidad, su proyecto de vida, y buscar la felicidad posible a los hijos e hijas de Adán y Eva.

Ocurre sin embargo que en la vida humana existe lo trágico, tan plásticamente representado por los teatros griegos. El exceso, lo demencial y lo diá-bólico (lo que escinde) puede apoderarse de la persona, inundar su conciencia y hacerla esclava de la dimensión de lo oscuro.

El arquetipo del héroe/heroína puede ayudarnos a entender ese drama. No me refiero al héroe/heroína de las sagas de guerra y de las novelas, sino en el sentido del psicoanálisis moderno. Cada persona puede ser héroe/heroína según como trabaje esta dualidad, consiga integrarla y realizar su proceso de individuación. Hay varios tipos de héroes/heroínas: el resistente, el peregrino, el luchador, el mártir... y otros.

Escribo todo esto a propósito de la figura del genial jugador argentino de fútbol Diego Maradona. Verlo en el campo era un espectáculo por sí sólo. Driblaba con una inteligencia sumamente creativa y un sentido único de la oportunidad. Pequeño, 1’65 de altura, robusto, y con una velocidad increíble. Toda comparación es odiosa, pues cada uno es único e irrepetible, pero Maradona sobresale sobre cualquier jugador todavía en activo. Será una referencia mundial imperecedera.

Pero de pronto irrumpió la tragedia: fue enganchado por la dependencia química, de la cual nunca se liberó totalmente. Era tan humano que no escondía su dependencia. “Vete a saber qué jugador hubiese sido si no hubiese usado drogas”, se preguntaba con humor. “Tengo 53 años, pero es como si tuviese 78. Mi vida no fue normal, digamos”. ¿53 años? Yo he vivido ya 80.” Maradona ha fallecido a los 60. Ha sido un héroe resistente (del aguante), tragado por el lado de lo oscuro y del exceso.

Vale la pena recordar: jugaba con pies agilísimos y con una cabeza que marcaba goles geniales. Pero su cabeza también pensaba, y definía en qué lado se colocaba en el espectro social: en el lado de los oprimidos, simbolizados por Fidel Castro, y por Lula. Y lo hacía saber, públicamente.

El pueblo argentino, tan sufrido por problemas políticos internos, lo elevó al punto más alto de exaltación, hasta el espacio de lo numinoso, hasta llamarlo “dios”. Le faltaban palabras para admirar a su “Pibe”, “el divino infante”. Hay que entender correctamente tal exaltación, que ocurre siempre que el entusiasmo supera todos los límites y encuentra en las palabras de lo Numinoso y de lo Religioso o Sagrado su mejor expresión.

Me uno al entusiasmo por su arte y me solidarizo con tanto pueblo argentino en lágrimas, que con Maradona sacaba fuerzas para superar dificultades y mantener la alegría de vivir. Unió en sí lo humano y lo inhumano, como nos recuerda Nietzsche, pues ambos, lo humano y lo excesivamente humano, pertenecen a lo humano: luminoso y oscuro, genial y trágico, héroe a pesar de vencido.
Página de Boff en Koinonía


Página de Leonardo Boff

20 nov 2020

La Covid-19 cuestiona el sentido de la vida

 2020-11-20


La irrupción de la Covid-19 alcanzando a todo el planeta y causando la muerte a más de un millón de vidas sin poder ser veladas ni recibir el cariño último de sus familiares, además de infectar a otros muchos millones de personas, plantea la inquietante pregunta: ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Por qué todo este sufrimiento? ¿Qué nos quiere decir la naturaleza con este virus invisible que ha puesto de rodillas a todas las potencias militares, haciendo ineficaces sus armas de destrucción masiva? La Covid-19 cayó como un meteoro sobre el sistema del capital y el neoliberalismo. Sus mantras fueron destrozados. ¿Sirvió para algo el lema de Wall Street “la codicia es buena”? Nadie come computadoras, ni se alimenta de los algoritmos de la inteligencia artificial.

¿Cuáles eran los dogmas de la fe capitalista y neoliberal?: Lo esencial es el mayor lucro en el menor tiempo posible, la competencia feroz, la acumulación individual o corporativa, el saqueo cruel de los recursos de la naturaleza, dejando las externalidades por cuenta del Estado, la indiferencia ante la tasa de iniquidad social y ambiental, la postulación de un Estado mínimo para escapar de sus leyes limitantes y poder acumular más libremente.

Si hubiésemos seguido estos mantras, el exterminio de vidas humanas habría sido incalculable. Sin políticas públicas, las personas serían tragadas por un destino atroz.

¿Qué nos ha salvado? Aquellos valores y actitudes ausentes en el sistema del capital y el neoliberalismo: darnos cuenta de que no somos “dioses” sino totalmente vulnerables y mortales, expuestos a lo imprevisible. Lo que cuenta no es el lucro sino la vida; no es la competencia sino la solidaridad; no es el individualismo sino la cooperación entre todos; no el asalto a los bienes y servicios de la naturaleza sino su cuidado y protección; no un estado mínimo, sino el estado suficientemente pertrechado para atender las demandas urgentes de la población. Dicho directamente: ¿qué vale más la vida o el lucro? ¿La naturaleza o su expoliación desenfrenada?

Responder a estas preguntas inaplazables es interrogarse sobre el sentido o el absurdo de nuestra vida, personal y colectiva. El aislamiento social es una especie de retiro existencial que la situación nos ha impuesto. Se crea la oportunidad de hacer estas preguntas ineludibles. Nada es fortuito en este mundo. Todo guarda una lección o un sentido secreto que debe ser revelado, por más desconcertante que sea la realidad. Lo que no podemos permitir es que este sufrimiento colectivo sea en vano. Funciona como un crisol que purifica el oro, que acrisola nuestra mente, y pone en jaque ciertos hábitos para ser revisados y otros nuevos para ser incorporados, especialmente en lo que se refiere a nuestra relación con la naturaleza y el tipo de sociedad que queremos, menos perversa y más solidaria.

Todo el mundo habla de la medicina, de la técnica, de los insumos y especialmente de la búsqueda ansiosa de una vacuna contra la Covid-19. Pocos hablan de la naturaleza. Pero es necesario considerar el contexto del brote del coronavirus. No está aislado. Vino de la naturaleza que durante siglos fue saqueada irresponsablemente por el proceso industrial del capitalismo y también del socialismo, en la falsa suposición de que la Tierra tendría recursos ilimitados. Hemos deforestado despiadadamente y destruido así los hábitats de miles de virus que viven en los animales e incluso en las plantas. Al perder su “morada natural”, buscan en nosotros un sitio para sobrevivir. Así hemos conocido una amplia gama de virus como el zica, el chikungunya, el ébola, las series derivadas del SARS, como el de la Covid-19, entre otros.

Se trata de un contraataque de la naturaleza o de la Madre Tierra contra la humanidad, con el que quiere darnos una severa advertencia: “detengan la agresión despiadada, que destruye las bases físico-químicas-ecológicas que sostienen vuestra vida; de lo contrario podríamos enviarles virus mucho más letales que podrían diezmar a miles de millones de ustedes, de la especie humana, y afectar gravemente a la biosfera, ese fino manto un poco mayor que el filo de una navaja que garantiza la continuidad de la vida”.

¿Prevalecerán estas advertencias vitales o el afán de acumular y asegurar intereses materiales? ¿Tendremos suficiente sabiduría para responder a la alternativa que el Ser que hace ser a todos los seres nos presenta?: “Te propongo la vida y la muerte, la bendición y la maldición; elige la vida para que puedas vivir con tu descendencia” (Dt 30,19).

Portadores de una fe en un Dios “apasionado amante de la vida” (Sab 11,26) apostamos todavía por un sentido de la historia y de la vida. Ellas escribirán la última página de la saga humana, construida con tanto esfuerzo en este planeta.

Esto, sin embargo, no debe desviar nuestra mirada de lo que está ocurriendo en el escenario mundial y específicamente en el brasilero, donde un jefe de estado negacionista no tiene como proyecto cuidar de su pueblo y de nuestra exuberante naturaleza. Con desprecio e ironía se comporta como Nerón que presenciaba como Roma ardía tocando la cítara.

A pesar de todo esto, nuestra esperanza no muere. Como afirma la Fratelli tutti del Papa Francisco: “La esperanza nos habla de una realidad enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en los que vive” (nº 55). Aquí resuena el principio esperanza, que es más que una virtud, es un principio, un motor interior que proyecta nuevos sueños y visiones, tan bien formulados por el filósofo alemán Ernst Bloch en El principio esperanza. Esta esperanza nos recuperará el sentido de vivir en este pequeño y amado planeta Tierra.

Aunque somos seres contradictorios, hechos simultáneamente de luz y de sombras, creemos que la luz triunfará. Muchos bioantropólogos y neurocientíficos nos confirman que somos por esencia seres de bondad y de cooperación. Prevalece una bondad fundamental en la vida.

El hombre común, que conforma la gran mayoría, se levanta, gasta un tiempo precioso en los autobuses, va al trabajo, a menudo duro y mal pagado, lucha por su familia, se preocupa por la educación de sus hijos, sueña con un país mejor. Sorprendentemente, es capaz de hacer gestos generosos, ayudar a un vecino más pobre que él y, en casos extremos, arriesgar su vida para salvar a una niña inocente amenazada de violación. En él está actuando el principio esperanza.

En este contexto, no me resisto a citar los sentimientos de uno de nuestros más grandes escritores modernos, Erico Veríssimo. En su famoso “Contempla los lirios del campo”.

Si en ese momento un habitante de Marte cayera a la tierra, se asombraría al ver que en un día tan hermoso y suave, con un sol tan dorado, la mayoría de los hombres estaban en oficinas, talleres, fábricas... Y si le preguntase a alguno de ellos: ‘Hombre, ¿por qué trabajas tan furiosamente durante todas las horas de sol?’ - escucharía esta singular respuesta: ‘Para ganarme la vida’. Y sin embargo, la vida allí se ofrecía a sí misma, en una milagrosa gratuidad. Los hombres vivían tan ofuscados por los deseos ambiciosos que ni siquiera se daban cuenta. Ni con todas las conquistas de la inteligencia habían descubierto una manera de trabajar menos y vivir más. Se agitaban en la tierra y no se conocían, no se amaban como debían. La competencia los convirtió en enemigos. Y hacía muchos siglos, habían crucificado a un profeta que se había esforzado por mostrarles que eran hermanos, sólo y siempre hermanos. (Ver Lírios do Campo, Civilização Brasileira, Rio de Janeiro 1973. p. 292).

La irrupción de la Covid-19 reveló estas virtudes, presentes en los humanos pero especialmente en los pobres y las periferias, porque se refugiaron allí, ya que la cultura del capital reina en las ciudades, con su individualismo y falta de sensibilidad ante el dolor y el sufrimiento de las grandes mayorías de la población.

¿Qué se esconde detrás de estos gestos diarios de solidaridad? Se esconde el principio esperanza y la confianza de que, a pesar de todo, vale la pena vivir porque la vida, en su profundidad, es buena y fue hecha para ser llevada con coraje que produce autoestima y sentido de valor.

Hay aquí una sacralidad que no viene bajo el signo de lo religioso sino bajo la perspectiva de lo ético, del vivir correctamente y del hacer lo que debe ser hecho.

El reconocido sociólogo austríaco-norteamericano Peter Berger, ya fallecido, escribió un libro brillante, relativizando la tesis de Max Weber sobre la total secularización de la vida moderna con el título: Un rumor de ángeles: la sociedad moderna y el redescubrimiento de lo sobrenatural (Voces 1973/2013). Allí describe numerosos signos (los llama “rumor de ángeles”) que muestran lo sagrado de la vida y el significado secreto que siempre tiene, a pesar de todo el caos y las contradicciones históricas.

Siguiendo a Peter Berger voy a dar sólo un ejemplo banal, conocido por todas las madres que cuidan a sus hijos por la noche. Uno de ellos se despierta asustado. Tiene una pesadilla, se da cuenta de la oscuridad, se siente solo y se deja llevar por el miedo. Grita llamando a su madre. Esta se levanta, toma al niño en su regazo y en un gesto primordial de magna madre le acaricia y le da besos, le dice cosas dulces y le susurra: “Hijito, no tengas miedo; mamá está aquí. Todo está bien, no pasa nada, querido”. El niño deja de sollozar. Recupera su confianza y poco después se duerme, tranquilo y reconciliado con la oscuridad.

Esta escena común esconde algo radical que se manifiesta en la pregunta: ¿no está la madre engañando al niño? El mundo no está en orden, no todo está bien. Y sin embargo estamos seguros de la madre no engaña a su hijo. Sus gestos y sus palabras revelan que, a pesar del desorden imperante, reina un orden profundo y secreto.

Así que creemos que los tiempos de la Covid-19, tan dramáticos, pasarán. Esperamos, y cómo esperamos, que por debajo y dentro de ellos se va fortaleciendo un orden escondido que irrumpirá cuando todo pase.

De esta manera, la sociedad y toda la humanidad podrán caminar hacia un sentido mayor, cuyo diseño final se nos escapa. Pero siempre hemos intuido que existe y que será bueno. Él será quien escriba la última página con un final feliz. Como escribió el filósofo del Principio Esperanza, Ernst Bloch, verificaremos que el verdadero génesis no fue al principio de las cosas, sino al final. Sólo entonces será verdad: “Dios vio todo lo que había hecho y le pareció muy bueno” (Gen 1,31). 

6 nov 2020

En tiempos de covid: el cuidado necesario y la hermandad afectuosa

 


  

En los días actuales, especialmente durante el aislamiento social, debido a la presencia peligrosa del coronavirus, la humanidad despertó de su sueño profundo: empezó a oír los gritos de la Tierra y los gritos de los pobres, y la necesidad de cuidarnos unos a otros y también a la naturaleza y a la Madre Tierra. De pronto nos dimos cuenta de que el virus no vino del aire y no puede ser pensado en forma aislada, sino dentro de su contexto: vino de la naturaleza. Es la respuesta de la Madre Tierra al antropoceno y el necroceno, es decir, a la destrucción sistemática de vidas, debida a la agresión del proceso industrialista, en una palabra, al capitalismo globalizado. Este avanzó sobre la naturaleza, deforestando miles de hectáreas en el Amazonas, en el Congo y en otros lugares donde se encuentran las selvas y bosques húmedos. Esto destruyó el hábitat de cientos y cientos de virus que se encontraban en los animales e incluso en los árboles. Saltaron a otros animales y de éstos a nosotros.

Como consecuencia de nuestra voracidad incontrolada, cada año desaparecen cerca de cien mil especies de seres vivos, después de millones de años de vida en la Tierra, y todavía, según datos recientes, un millón de especies vivas corren el riesgo de desaparecer.

La idea-fuerza de la cultura moderna era y sigue siendo el poder como dominación de la naturaleza, de otros pueblos, de todas las riquezas naturales, de la vida e incluso de los confines de la materia. Esta dominación ha causado las amenazas que pesan actualmente sobre nuestro destino. Esta idea-fuerza tiene que ser superada. Bien dijo Albert Einstein: “la idea que creó la crisis no puede ser la misma que nos saque de la crisis; tenemos que cambiar”.

La alternativa será ésta: en lugar del poder como dominación tenemos que poner la fraternidad y el cuidado necesario. Estas son las nuevas ideas-fuerza. Como hermanos y hermanas, todos somos interdependientes y debemos amarnos y cuidarnos unos a otros. El cuidado implica una relación afectuosa con las personas y con la naturaleza; es amigo de la vida, protege y da paz a todos los que están alrededor.

Si el poder como dominación significaba el puño cerrado para someter, ahora ofrecemos la mano extendida para entrelazarla con otras manos, para cuidar y abrazar afectuosamente. Esta mano cuidadosa traduce un gesto no agresivo hacia todo lo que existe y vive.

Por lo tanto, es urgente crear la cultura de la fraternidad sin fronteras y el cuidado necesario que une todo. Cuidar todas las cosas, desde nuestro cuerpo, nuestra psique, nuestro espíritu, a los demás y más cotidianamente la basura de nuestras casas, el agua, los bosques, los suelos, los animales, a unos y otros, empezando por los más vulnerables.

Sabemos que todo lo que amamos, lo cuidamos, y todo lo que cuidamos también lo amamos. El cuidado cura las heridas del pasado e impide las futuras.

En este contexto urgente cobra sentido uno de los más bellos mitos de la cultura latina: el mito del cuidado.

Cierto día, caminando a la orilla de un rio, Cuidado vio un trozo de barro. Fue el primero en tener la idea de tomar algo de ese barro y darle la forma de un ser humano. Mientras contemplaba, contento consigo mismo, lo que había hecho, apareció Júpiter, el dios supremo de los griegos y romanos. Cuidado le pidió que soplara espíritu en la figura que acababa de modelar. A lo que Júpiter accedió de buen grado. Pero cuando Cuidado quiso dar un nombre a la criatura que había diseñado, Júpiter se lo prohibió. Dijo que esta prerrogativa de imponer un nombre era misión suya. Cuidado insistía en que tenía este derecho al haber pensado primero y moldeado la criatura en forma de un ser humano.

Mientras Júpiter y Cuidado discutían acaloradamente, apareció de repente la diosa Tierra. También ella quería darle un nombre a la criatura, ya que, según ella, estaba hecha de arcilla, material del cuerpo de la Tierra. Se produjo una discusión general sin llegar a un consenso.

De común acuerdo, pidieron al antiguo Saturno, llamado también Cronos, fundador de la edad de oro y de la agricultura, que actuara como árbitro. Apareció en escena y tomó la siguiente decisión que a todos les pareció justa:

“Tú, Júpiter, le has dado el espíritu; por lo tanto, recibirás este espíritu de vuelta cuando esta criatura muera”.

"Tú, Tierra, le has dado el cuerpo; por lo tanto, recibirás también el cuerpo de vuelta cuando esa criatura muera”.

“Como, tú, Cuidado, fuiste quien dio forma a esa criatura, ella permanecerá bajo tu cuidado mientras viva”.

"Y como no hay consenso entre ustedes sobre el nombre, decido yo: esta criatura se llamará Ser Humano, es decir, hecho de humus, que significa tierra fértil”.

Veamos la singularidad de este mito. El cuidado es anterior a cualquier otra cosa. Es anterior al espíritu y anterior a la Tierra. En otras palabras, la concepción del ser humano como compuesto de espíritu y cuerpo no es originaria. El mito es claro al afirmar que “fue Cuidado el que primero moldeó la arcilla en forma de un ser humano”.

El cuidado aparece como el conjunto de factores sin los cuales el ser humano no existiría. El cuidado constituye esa fuerza original de la que brota y se alimenta el ser humano. Sin cuidado, el ser humano seguiría siendo sólo un muñeco de arcilla o un espíritu desencarnado y sin raíz en nuestra realidad terrestre.

Cuidado, al moldear al ser humano, empeñó amor, dedicación, devoción, sentimiento y corazón. Tales cualidades pasaron a la figura que él proyectó, es decir, a nosotros, los seres humanos. Estas dimensiones entraron en nuestra constitución como un ser amoroso, sensible, afectuoso, dedicado, cordial, fraternal y lleno de sentimiento. Esto hace que el ser humano emerja realmente como humano.

Cuidado recibió de Saturno la misión de cuidar al ser humano durante toda su vida. De lo contrario, sin cuidado, no subsistiría ni viviría. Efectivamente, todos somos hijos e hijas del infinito cuidado de nuestras madres. Si no nos hubieran acogido con cariño y cuidado, no hubiéramos sabido cómo salir de la cuna a buscar nuestra comida. En poco tiempo habríamos muerto, porque no tenemos ningún órgano especializado que garantice nuestra supervivencia.

El cuidado, por lo tanto, pertenece a la esencia del ser humano. Pero no sólo eso. Es la esencia de todos los seres, especialmente de los seres vivos. Si no los cuidamos, se marchitan, poco a poco van enfermando y finalmente mueren.

Lo mismo ocurre con la Madre Tierra y todo lo que existe en ella. Como bien dijo el Papa Francisco en su encíclica que tiene como subtítulo “Cuidando de la Casa Común”: “debemos alimentar la pasión por el cuidado del mundo”.

El cuidado es también una constante cosmológica. Bien dicen los cosmólogos y los astrofísicos: si las cuatro fuerzas que sostienen todo (la gravitatoria, la electromagnética, la nuclear débil y la nuclear fuerte) no se hubieran articulado con extremo cuidado, la expansión sería demasiado enrarecida y no habría densidad para originar el universo, nuestra Tierra y a nosotros mismos. O bien sería demasiado densa y todo explotaría en cadena y no existiría nada de lo que existe. Y ese cuidado preside el curso de las galaxias, las estrellas y todos los cuerpos celestes, la Luna, la Tierra y nosotros mismos.

Si vivimos la cultura y la ética del cuidado, asociado al espíritu de hermandad entre todos, también con los seres de la naturaleza, habremos colocado los fundamentos sobre los cuales se construirá un nuevo modo de relacionarnos y de vivir en la Casa Común, la Tierra. El cuidado es la gran medicina que nos puede salvar y la hermandad general nos permitirá la siempre deseada comensalidad y el amor y el afecto entre todos. Entonces continuaremos brillando y desarrollándonos en este bello planeta.

Esta consideración sobre el cuidado concierne a todos los que cuidan de la vida en su diversidad y del planeta, especialmente ahora, bajo la pandemia de la Covid-19: el cuerpo médico, los enfermeros y enfermeras y todo el personal que trabaja en los hospitales, pues el cuidado esencial cura las heridas pasadas, impide las futuras y garantiza nuestro futuro de nuestra civilización de hermanos y hermanas, juntos en la misma Casa Común.


2020-11-01


Leonardo Boff

15 oct 2020

Fratelli tutti : la política como ternura y amabilidad

 2020-10-14



La nueva encíclica del Papa Francisco, firmada sobre la sepultura de Francisco de Asís, en la ciudad de Asís, el día 3 de octubre, será un marco en la doctrina social de la Iglesia. Es amplia y detallada en su temática, buscando siempre sumar valores, hasta del liberalismo que él critica fuertemente. Ciertamente va a ser analizada en detalle por cristianos y no cristianos pues se dirige a todas las personas de buena voluntad.
Resaltaré en este espacio lo que considero innovador respecto al magisterio anterior de los Papas.

En primer lugar tiene que quedar claro que el Papa presenta una alternativa paradigmática a nuestra forma de habitar la Casa Común, sometida a muchas amenazas. Hace una descripción de las “sombras densas”, que equivalen, como él mismo afirmó en varios pronunciamientos, “a una tercera guerra mundial por partes”.
Actualmente no hay un proyecto común para la humanidad (n.18), pero un hilo conductor pasa por toda la encíclica: «la conciencia de que nadie se salva solo, que únicamente es posible salvarse juntos» (nº 32). Este es el proyecto nuevo, expresado en estas palabras: Entrego esta encíclica social como una humilde contribución a la reflexión para que frente a las diversas formas de eliminar o de ignorar a los otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social (nº 6).

Debemos comprender bien esta alternativa. Venimos y estamos todavía dentro de un paradigma que está en la base de la modernidad. Es antropocéntrico. Es el reino del dominus: el ser humano como dueño y señor de la naturaleza y de la Tierra, que sólo tienen sentido en la medida en que se ordenan a él. Cambió la faz de la Tierra, trajo muchos beneficios pero también creó un principio de autodestrucción. Es el actual impasse de las “densas sombras”. Frente a esta visión del mundo, la encíclica Fratelli tutti propone un nuevo paradigma: el del frater, el hermano, el de la fraternidad universal y la amistad social. Desplaza el centro: de una civilización técnico-industrial e individualista a una civilización de solidaridad, de preservación y cuidado de toda la vida. Esta es la intención original del Papa. En este viraje está nuestra salvación; superaremos la visión apocalíptica de la amenaza del fin de la especie humana por una visión de esperanza, de que podemos y debemos cambiar de rumbo.

Para eso necesitamos alimentar la esperanza. El Papa dice: «Os invito a la esperanza que nos habla de una realidad arraigada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y de los condicionamientos históricos en que vive» (nº 55). Aquí resuena el principio esperanza, que es más que la virtud de la esperanza, es un principio, un motor interior para proyectar nuevos sueños y visiones, tan bien formulado por Ernst Bloch. Destaca «la afirmación de que los seres humanos somos hermanos y hermanas, que no es una abstracción sino que se hace carne y se concreta, nos plantea una serie de retos que nos descolocan, nos obligan a asumir nuevas perspectivas y a desarrollar nuevas reacciones» (nº 128). Como se deduce, se trata de un nuevo rumbo, de un viraje paradigmático.

¿Por dónde empezar? Aquí el Papa revela su actitud básica, repetida a menudo a los movimientos sociales: «No esperéis nada de arriba porque siempre viene más de lo mismo o todavía peor; empiecen por ustedes mismos». Por eso sugiere: Es posible comenzar desde abajo, desde cada uno de nosotros, a luchar por lo más concreto y local, hasta el último rincón de la patria y del mundo (nº 78). El Papa sugiere lo que hoy es la punta de la discusión ecológica: trabajar la región, el biorregionalismo que permite la verdadera sostenibilidad y la humanización de las comunidades y articula lo local con lo universal (nº 147).

Tiene largas reflexiones sobre la economía y la política, pero subraya: «la política no debe someterse a la economía y la economía no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia» (nº 177). Hace una contundente crítica al mercado: «El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente. El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, como único camino para resolver los problemas sociales» (nº 168). La globalización nos hizo más cercanos pero no más hermanos (nº 12). Crea sólo socios pero no hermanos (nº 102).

De la mano de la parábola del buen samaritano, hace un análisis riguroso de los diversos personajes que entran en escena y los aplica a la economía política, culminando con la pregunta: «¿con quién te identificas (con el herido del camino, con el sacerdote, con el levita o con el extranjero, el samaritano, despreciado por los judíos)? Esta pregunta es cruda, directa y decisiva. ¿A cuál de ellos te pareces?» (nº 64). El buen samaritano se convierte en modelo del amor social y político (nº 66).

El nuevo paradigma de fraternidad y amor social se despliega en el amor en su concretización pública, en el cuidado de los más frágiles, en la cultura del encuentro y del diálogo, en la política como ternura y amabilidad.

En cuanto a la cultura del encuentro, se toma la libertad de citar al poeta brasileño Vinicius de Moraes en su Samba da Bênção en el disco Encuentro en Al bon Gourmet de 1962 donde dice: La vida es el arte del encuentro aunque haya tantos desencuentros en la vida (nº 215). La política no se reduce a la disputa por el poder y a la división de poderes. Afirma de manera sorprendente: Incluso en la política hay lugar para el amor con ternura: a los más pequeños, a los más débiles, a los más pobres; ellos deben enternecernos y tienen el 'derecho' de llenar nuestra alma y nuestro corazón; sí, son nuestros hermanos y como tales debemos amarlos y tratarlos de esta manera (nº 194). Se pregunta qué es la ternura y responde: es el amor que se hace cercano y concreto; es un movimiento que procede del corazón y llega a los ojos, a los oídos, a las manos (nº 196). Esto nos recuerda la frase de Gandhi, una de las inspiraciones del Papa, junto con San Francisco, Luther King, Desmond Tutu: la política es un gesto de amor al pueblo, el cuidado de las cosas comunes.

Junto con la ternura viene la amabilidad que nosotros traduciríamos por gentileza, recordando al profeta Gentileza que en las calles de Río de Janeiro proclamaba a todos los que pasaban: Gentileza genera gentileza y Dios es gentileza, muy al estilo de San Francisco. Define así la amabilidad: un estado de ánimo que no es áspero, duro, rudo, sino afable, gentil, que sostiene y conforta. La persona que posee esta cualidad ayuda a los demás a hacer más llevadera su existencia (nº 223). Este es un desafío para los políticos, hecho también a los obispos y sacerdotes: hacer la revolución de la ternura.

La solidaridad es uno de los fundamentos de lo humano y lo social. Se expresa concretamente en el servicio que puede adoptar formas muy diferentes y asumir para sí mismo el peso de los demás; es en gran medida cuidar de la fragilidad humana (nº 115). Esta solidaridad demostró estar ausente y sólo después ser eficaz en la lucha contra la Covid-19. Impide que la humanidad se bifurque entre mi mundo y los otros, ellos, ya que muchos dejan de ser considerados seres humanos con una dignidad inalienable, y pasan a ser sólo 'ellos' (nº 27). Y concluye con un gran deseo: Ojalá que al final ya no estén 'los otros' sino sólo 'nosotros' (nº 35).

Para ese desafío de dar cuerpo al sueño de una fraternidad universal y de amor social convoca a todas las religiones, pues ellas ofrecen una valiosa contribución en la construcción de la fraternidad y para la defensa de la justicia en la sociedad (nº 271).

Al final evoca la figura del hermanito de Jesús, Charles de Foucauld, que en el desierto del norte de África junto a la población musulmana quería ser definitivamente el hermano universal (nº 287). El Papa Francisco observa: Sólo identificándose con los más pequeños llegó a ser hermano de todos; que Dios inspire este sueño en cada uno de nosotros. Amén (nº 288).

Estamos ante un hombre, el Papa Francisco, que, siguiendo a su fuente inspiradora, Francisco de Asís se ha convertido también en un hombre universal, acogiendo a todos e identificándose con los más vulnerables e invisibles de nuestro cruel e inhumano mundo. Él suscita la esperanza de que podemos y debemos alimentar el sueño de la fraternidad sin fronteras y del amor universal.

Él ha hecho su parte. Nos corresponde a nosotros no dejar que ese sueño sea sólo un sueño, sino el principio fundamental de una nueva forma de vivir juntos, como hermanos y hermanas más la naturaleza, en la misma Casa Común. ¿Tendremos el tiempo y la sabiduría para dar este salto? Seguramente las densas sombras continuarán, pero tenemos una lámpara en esta encíclica de esperanza del Papa Francisco. No disipa todas las sombras, pero es suficiente para vislumbrar el camino a ser recorrido por todos.

Página de Boff en Koinonía

8 oct 2020

¿Es posible el fin de la especie humana? (I y II)

 


La irrupción de la Covid-19 afectando por primera vez a todo el planeta y causando verdadera mortandad humana, que puede llegar a millones de víctimas antes de que se descubra y se aplique una vacuna eficaz, plantea ineludiblemente la pregunta: ¿puede la especie homo, la especie humana desaparecer?

David Quammen, uno de los mayores especialistas en virus que alertó a los jefes de Estado, sin éxito, de un probable ataque de un virus de la línea del SARS, el coronavirus 19, advirtió recientemente en un vídeo acerca de la posibilidad, en caso de que no mudemos nuestra relación destructiva hacia la naturaleza, de la irrupción de otro virus aún más letal, que puede destruir parte de la biosfera y llevar a gran parte de la humanidad, si no a toda, a un fin dramático.

El Papa Francisco, en su alocución en la ONU el día 25 de septiembre del presente año de 2020, advirtió dos veces sobre la eventualidad de la desaparición de la vida humana como consecuencia de la irresponsabilidad en nuestro trato con la Madre Tierra y con la naturaleza superexplotadas. En su encíclica Laudato Sì: sobre el cuidado de la Casa Común (2015) constata: “Estas situaciones provocan el gemido de la hermana tierra, que se une al gemido de los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo. Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos siglos” (nº 53).

Esto no significa el fin del sistema-vida, sino el fin de la vida humana. Curiosamente, la Covid-19 afectó solamente a los humanos de todos los continentes y no a los demás animales domésticos como los gatos y los perros.

¿Cómo interpretar esta eventual catástrofe a la luz de una reflexión radical, es decir, filosófica y teológica?

Sabemos que normalmente cada año cerca de 300 especies de organismos vivos llegan a su clímax, después de millones y millones de años de existencia, y retornan a la Fuente Originaria de Todo Ser (Vacío Cuántico), aquel océano insondable de energía, anterior al Big Bang, que continúa subyacente a todo el universo. Se conocen muchas extinciones en masa durante los más de tres mil millones de años de la historia la vida (Ward 1997). Actualmente cerca de un millón de especies de seres están bajo amenaza de desaparición debido a la excesiva agresividad humana.

De las varias expresiones de los seres humanos sabemos que solamente el homo sapiens sapiens se consolidó en la historia hace cerca de 100 mil años y ha permanecido hasta el presente sobre la Tierra. Los demás representantes, especialmente el hombre de Neanderthal, desaparecieron definitivamente de la historia.

Lo mismo puede decirse de las culturas ancestrales del pasado. En Brasil, por ejemplo, la cultura del sambaqui y los sambaquieiros que vivieron hace más de ocho mil años en las costas oceánicas brasileras fueron literalmente exterminados por antropófagos, diferentes de los indígenas actuales. De ellos no quedó nada a no ser los grandes depósitos de conchas, cascos de tortugas y restos de crustáceos (Miranda, 2007, 52-53). Muchos de ellos desaparecieron definitivamente, dejando pocas señales de su existencia como la cultura de la isla de Pascua u otras culturas matriarcales que dominaron en varias partes del mundo hace cerca de 20 mil años, especialmente en la cuenca del Mediterráneo. Dejaron las figuras de las divinidades maternas encontradas todavía hoy en sitios arqueológicos.

Entre tantas especies que desaparecen anualmente, ¿no podrá estar la especie homo sapiens/demens ? Todo indica que su desaparición no se debería a un proceso natural de la evolución sino a causas derivadas de su práctica irresponsable, carente de cuidado y de sabiduría frente al conjunto del sistema de la vida y del sistema-Gaia. Sería consecuencia de la nueva era geológica del antropoceno e incluso del necroceno.

El hecho es que la Covid-19 puso en jaque, de rodillas, diría yo, al modo de producción capitalista y a su expresión política, el neoliberalismo. ¿Serían ellos suicidas?

Ésta no es una pregunta de mal agüero sino un llamamiento dirigido a todos los que alimentan solidaridad generacional y amor a la Casa Común. Hay un obstáculo cultural grave: estamos habituados a resultados inmediatos, cuando aquí se trata de resultados futuros, fruto de acciones realizadas ahora. Como afirma la Carta de la Tierra, uno de los más importantes documentos ecológicos, asumida por la UNESCO en 2003: ”Las bases de la seguridad global están amenazadas; estas tendencias son peligrosas pero no inevitables”.

Estos peligros solamente serán evitados si mudamos la producción y el modelo de consumo. Este giro total civilizatorio exige la voluntad política de todos los países del mundo y la colaboración sin excepción de toda la red de empresas transnacionales y nacionales de producción, pequeñas, medianas y grandes. Si algunas empresas mundiales se negaran a actuar en esta dirección podrían anular los esfuerzos de todas las demás. Por eso, la voluntad política debe ser colectiva e impositiva con prioridades bien definidas y con líneas generales bien claras, asumidas por todos, pequeños y grandes. Es una política de salvación global.

El gran peligro reside en la lógica del sistema del capital globalmente articulado. Su objetivo es lucrar lo más posible en el más corto tiempo posible, con una expansión cada vez mayor de su poder, flexibilizando legislaciones que limitan su dinámica. Él se orienta por la competencia y no por la cooperación, por la búsqueda del lucro y no por la defensa y promoción de la vida.

Ante de los cambios paradigmáticos actuales se ve confrontado con este dilema: o se niega a sí mismo, mostrándose solidario con el futuro de la humanidad, y muda su lógica y así se hunde como empresa capitalista o se autoafirma en su objetivo, desconsiderando toda compasión y solidaridad, haciendo aumentar los lucros, pasando incluso por encima de cementerios de cadáveres y de la Tierra devastada. No es imposible que, obedeciendo a su naturaleza de lobo voraz, el capitalismo sea suicida. Prefiere morir y hacer morir a perder sus lucros. Pero, quién sabe, cuando el agua llegue al cuello y el riesgo de muerte colectiva alcance a todos, a ellos, los poderosos, inclusive, no sería imposible que el propio capitalismo se rinda a la vida, pues el instinto dominante es vivir y no morir. Este instinto posiblemente acabará prevaleciendo. Pero debemos estar atentos a la fuerza de la lógica interna del sistema, montado sobre una mecánica que produce muerte de vidas humanas y de vidas de la naturaleza.

Nombres notables de las ciencias no excluyen la eventualidad del fin de nuestra especie. Stephen Hawking en su libro El universo en una cáscara de nuez (2001, 159) reconoce que en 2600 la población mundial estará hombro a hombro y el consumo de electricidad dejará a la Tierra incandescente. Ella podría destruirse a sí misma.

El premio Nóbel Christian de Duve, en su conocido libro Polvo Vital (1997, 355) afirma que la evolución biológica marcha a ritmo acelerado hacia una gran inestabilidad; en cierta forma nuestro tiempo recuerda a una de aquellas importantes rupturas en la evolución, caracterizadas por extinciones masivas. Antiguamente los meteoros rasantes amenazaban a la Tierra; hoy el meteoro rasante se llama ser humano.

Théodore Monod, tal vez el último gran naturalista moderno, dejó como testamento un texto de reflexión con este título: Y si la aventura humana fallase (2000, 246, 248). En el afirma: somos capaces de una conducta insensata y demente; a partir de ahora se puede temer todo, realmente todo, inclusive la aniquilación de la raza humana (p. 246). Y añade: sería el justo precio de nuestras locuras y de nuestras crueldades.

Si tomamos en serio el drama mundial, sanitario, social y la alarma ecológica creciente, ese escenario de horror no es impensable.

Edward Wilson afirma en su inspirador libro El futuro de la vida (2002, 121): El ser humano hasta hoy ha desempeñado el papel de asesino planetario… la ética de la conservación, en forma de tabú, totemismo o ciencia casi siempre llegó demasiado tarde; tal vez todavía haya tiempo de actuar.

Vale la pena citar dos nombres más de la ciencia muy respetados: James Lovelock que elaboró la teoría de la Tierra como Superorganismo vivo, Gaia, con un título fuerte La venganza de Gaia (2006) y el astrofísico inglés Martin Rees (Hora final, 2005) que prevén el fin de la especie antes de que finalice el siglo XXI. Lovelock es contundente: hasta el fin del siglo desaparecerá el 80% de la población humana. El 20% restante vivirá en el Ártico y en algunos pocos oasis en otros continentes, donde las temperaturas sean más bajas y haya un poco de lluvia… casi todo el territorio brasilero será demasiado caliente y seco para ser habitado” (Veja, Páginas Amarillas, del 25 de octubre de 2006).

pagina de Leonardo Boff

Koinonia

15 sept 2020

Francisco de Asís, icono ecológico de una relación fraternal con cada ser de la naturaleza

 

La Covid-19 nos remite a un problema ecológico: la respuesta de la Madre Tierra y de la naturaleza que, como entes vivos, han reaccionado contra la agresión sistemática que sufren desde hace siglos por parte del voraz proceso productivista que no respeta los límites de sostenibilidad, y ha destruido los hábitats de los virus. Éstos, buscan en otros animales, o en nosotros los humanos, un nuevo hábitat, de cuyas células se alimentan. Es consecuencia del tipo de civilización científico-técnica que creamos a partir del siglo XVII, que trataba a la Tierra y a la naturaleza sin cuidado, y cuyo único valor era estar a disposición del uso de los seres humanos, para que saquen de ella ventajas de todo tipo, especialmente, económicas.

La visión secular de la Tierra, como Magna Mater y Pachamama, fue abandonada. Sólo modernamente, con la nueva cosmología y biología, se ha recuperado la noción de la Tierra como un Super-Ente vivo, que se autoorganiza sistémicamente para mantenerse vivo y producir siempre vida, denominado Gaia.

Hoy, con la Covid-19, la concepción de la Tierra-Gaia y de la Pachamama de los pueblos andinos, ha adquirido relevancia. Nos muestra la urgencia de rehacer el contrato natural con ella, violado hace mucho, si queremos frenar su contraataque contra la humanidad. Ella ha enviado ya una gama de virus, entre ellos el actual coronavirus, que por primera vez está asolando a todo el planeta. Tales virus, junto al calentamiento global y otros eventos extremos, son señales enviadas por la Madre Tierra para que reflexionemos y cambiemos nuestra forma da habitar en ella, y nuestro modo destructivo de producción.

La lección que hay que sacar de estas señales es que debemos volver a sentirnos parte de la naturaleza, y no sus dueños, y que nosotros los humanos somos la porción inteligente de la Tierra, con la misión de cuidar de ella, como condición de nuestra propia supervivencia.

Para eso necesitamos figuras ejemplares que nos muestren que otra relación amigable y no destructiva para con la Madre Tierra y para con la naturaleza es posible. En verdad, es la única que se revela benéfica para ambas partes de este contrato natural.

En Occidente surgió un cristiano de excepcional calidad humana y religiosa que vivió una profunda fraternidad universal con todos los seres de la naturaleza: Francisco de Asís (1284-1226).

En su encíclica de ecología integral, Laudato Si: sobre el cuidado de la Casa Común, el Papa Francisco presenta a San Francisco «como el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es frágil, vivido con alegría y autenticidad. Es el patrono de todos los que estudian y trabajan en el campo de la ecología, amado también por muchos que no son cristianos» (nº 10). Dice todavía más: «Corazón universal, para él cualquier criatura era una hermana, unida a ella por lazos de cariño; por eso se sentía llamado a cuidar de todo lo que existe… hasta de las hierbas silvestres que debían tener su lugar en el huerto» de cada convento de los frailes (nºs 11-12).

El historiador Lynn White Jr., en 1967, en su divulgado artículo “Las raíces históricas de nuestra crisis ecológica”, acusaba al judeocristianismo, por causa de su visceral antropocentrismo, de ser el factor principal de la crisis que en los días actuales se ha transformado en un clamor. Por otro lado, reconocía que ese mismo cristianismo tenía un antídoto en la mística cósmica de San Francisco de Asís. Para reforzar la idea sugería que fuese proclamado “patrono de los ecologistas”, cosa que hizo el Papa Juan Pablo II el día 29 de noviembre de 1979.

Efectivamente, todos sus biógrafos, como Tomas de Celano, San Buenaventura, la Leyenda Perusina y otras fuentes de la época, afirman «la amigable unión que Francisco establecía con todas las criaturas; se llenaba de gozo inefable todas las veces que miraba el sol, contemplaba la luna y dirigía su mirada a las estrellas y al firmamento».

Daba el dulce nombre de hermanos y hermanas a cada criatura, a las aves del cielo, a las flores del campo y hasta al feroz lobo de Gubbio. Construía fraternidad con los más discriminados, como los leprosos, y con todas las personas, como el sultán Melek el Kamel de Egipto, con quien mantuvo largos diálogos, y mutuamente se admiraban.

En el hombre de Asís todo viene rodeado de cuidado, simpatía y ternura.

El filósofo Max Scheler en su conocido estudio sobre “La esencia y las formas de simpatía” (1926), le dedica brillantes y profundas páginas. Afirma que «nunca en la historia de Occidente surgió una figura con tales fuerzas de simpatía y de emoción universal como encontramos en San Francisco. Nunca más se pudo conservar la unidad y la entereza de todos los elementos como en San Francisco, en el ámbito de la religión, de la erótica, de la actuación social, del arte y del conocimiento» (1926, p.110). Tal vez por esta razón Dante Alighieri lo llamó el “sol de Asís” (Paraíso XI, 50).

Esta experiencia cósmica adquirió una forma genial en su “Cántico al hermano Sol”. Ahí encontramos una síntesis acabada entre la ecología interior con la ecología exterior.

Como mostró el filósofo y teólogo francés, el franciscano Éloi Leclerc (+1977), superviviente de los campos de exterminio nazi, para él los elementos exteriores como el sol, la tierra, el fuego, el agua, el viento y otros no eran apenas realidades objetivas sino realidades simbólicas, emocionales, verdaderos arquetipos que dinamizan la psique en el sentido de una síntesis entre el exterior y el interior y una experiencia de unidad con el Todo.

Estos sentimientos, nacidos de la razón sensible y de la inteligencia cordial, son urgentes hoy, si queremos rehacer la alianza de sinergia y de benevolencia con la Tierra y sus ecosistemas.

El gran historiador inglés Arnold Toynbee reflexionó acertadamente: «Para mantener la biosfera habitable durante otros dos mil años, nosotros y nuestros descendientes tenemos que olvidarnos del ejemplo de Pedro Bernardone (padre de San Francisco), gran empresario de tejidos del siglo XIII, y de su bienestar material, y empezar a seguir el modelo de su hijo, Francisco, el más grande de todos los hombres que hayan vivido en Occidente. El ejemplo que nos da San Francisco es tal, que los occidentales debemos imitarlo con todo nuestro corazón, porque es el único occidental que puede salvar la Tierra» (El País, 1972, p. 10-11).

Hoy San Francisco se ha convertido en el hermano universal, más allá de las confesiones y culturas. La humanidad puede enorgullecerse de haber tenido un hijo con tanto amor, con tanta ternura y con tanto cuidado por todos los seres, por pequeños que parecieran.

Es una referencia espontánea de una actitud ecológica que confraterniza con todos los seres, convive amorosamente con ellos, los protege contra las amenazas y los cuida como hermanos y hermanas. Supo descubrir a Dios en las cosas. Acogió con jovialidad las enfermedades y las contradicciones de la vida. Llegó a llamar hermana a la propia muerte. Estableció una alianza con las raíces más profundas de la Tierra y con gran humildad se unía a todos los seres para cantar loores con ellos y no solo a través de ellos, como dice en su Cántico, a la belleza y a la integridad de la creación.

Como arquetipo, Francisco penetró en el inconsciente colectivo de la humanidad, en Occidente y en Oriente y desde allí anima las energías bienhechoras que se abren a la relación amorosa con todas las criaturas, como si estuviésemos aún en el paraíso terrenal (cf. L. Boff, Francisco de Assis: saudade do paraíso, Vozes 1986).

Él nos muestra que no estamos condenados a ser los agresores pertinaces de la naturaleza, sino su ángel bueno que protege, cuida y transforma la Tierra en una Casa Común de todos, la comunidad humana y terrenal. Él suscita en nosotros la saudade de una integración que perdimos por causa de la ruptura que establecimos con la naturaleza. Con él nos convencemos de que, por todos los lados, hay todavía señales del paraíso terrestre que nunca se perdió totalmente.

El espíritu de San Francisco, el hermano universal, podemos recrearlo dentro de nuestro interior e irradiarlo hacia el exterior, como lección aprendida del confinamiento social forzado.  

pagina de Leonardo boff en Koinonia

2 sept 2020

Covid-19: de nada sirve sólo limar los dientes al lobo

 


2020-09-02

Con referencia a la Covid-19 se ha centrado todo en el virus y en lo que tiene que ver con él, hasta la vacuna buscada desenfrenadamente. Todo esto tiene su valor y debe ser hecho, pero no con una visión reduccionista, como la que prevalece. Se considera al virus en sí, aislado, fuera de cualquier contexto. Esto no existe ni en la ciencia ni en el nuevo paradigma, cuya afirmación esencial es que todo está relacionado con todo y nada existe fuera de la relación, ni el coronavirus. Son poquísimos los analistas y epidemiólogos que se refieren a la naturaleza. Y sin embargo, usando las palabras del físico cuántico y uno de los más respetados ecologistas de mundo, Fritjof Capra:

«La pandemia es la respuesta biológica del planeta: el coronavirus debe ser visto como una respuesta biológica de Gaia, nuestro planeta vivo, a la emergencia social y ecológica que la humanidad ha creado para sí misma. La pandemia surgió de un desequilibrio ecológico y tiene consecuencias dramáticas debido a las desigualdades sociales y económicas; la justicia social se vuelve una cuestión de vida o muerte durante una pandemia como la de la Covid-19; ella sólo puede ser superada por medio de acciones colectivas y cooperativas» (FSP 12/8/2020).

Vamos a decirlo directamente con nuestras palabras: la Covid-19 es consecuencia del tipo de sociedad que hemos creado en los últimos siglos y que ha adquirido hegemonía mundial bajo el nombre de sistema de producción capitalista con su versión política, el neoliberalismo y la cultura del capital. La obsesión de este sistema (en China lo llaman, erróneamente, «socialismo al modo chino», pero en realidad se trata de un capitalismo feroz y dictatorial de Estado) es colocar el lucro por encima de todo, de la vida, de la naturaleza, de cualquier otra consideración. Su ideal es un crecimiento ilimitado de bienes materiales en la suposición de que existen bienes y servicios también ilimitados de la Tierra. El Papa, en su encíclica “sobre el cuidado de la Casa Común”, a esta suposición la llama “mentira” (nº 106): un planeta finito no puede soportar un proyecto de crecimiento infinito.

Para alcanzar este objetivo falso y mentiroso, este sistema avanza sobre la naturaleza, la deforesta, contamina suelos y aires, devasta ecosistemas enteros para expandir el agro-negocio, extraer riquezas naturales, disponer de más proteínas animales, más granos como la soja y el maíz y aumentar así el lucro personal o corporativo.

Esta agresión sistemática ha recibido una represalia de la Tierra-Gaia: el surgimiento del calentamiento global, los eventos extremos y principalmente una gama diversificada de virus mortales. Estos virus estaban tranquilos en la naturaleza, en un animal o en los árboles. La guerra contra la naturaleza destruyó su hábitat. Para sobrevivir, estos virus pasaron a otros animales o directamente a los humanos.

Ellos están poniendo de rodillas al sistema de acumulación infinita y especialmente a la máquina asesina que aquel creó con armas químicas, biológicas y nucleares, que no sirven para atacar al virus. Este es mínimo, casi invisible, del tamaño de 125 nanómetros.

En resumen: El virus viene de la naturaleza (es discutible si viene pasando por el murciélago, el mamífero pangolín o la rata de bambú, poco importa, todos son seres de la naturaleza). Este es el verdadero contexto de la Covid-19: el sistema de producción capitalista mundial y chino, del que pocos hablan, y mucho menos las redes sociales y de televisión que siguen las 24 horas del día el desarrollo de la tragedia humanitaria que está destruyendo miles de vidas.

Si conseguimos una vacuna que anule sus efectos malignos y elimine el coronavirus, ¿estaremos seguros haber eliminado el virus mayor, a saber, el sistema, productor de la devastación de la naturaleza y, en consecuencia, de la liberación de más virus? Ésta es una cuestión central, para que no volvamos simplemente «a lo que había antes», horrible para la gran mayoría de la población y para el equilibrio de la Tierra.

Estamos a punto de sobrepasar las nueve fronteras planetarias, sin las cuales la vida no se perpetuará en el planeta. Cuatro de ellas han sido superadas: el abuso del suelo, el cambio climático, la destrucción de la biodiversidad y la alteración del nitrógeno. Si sobrepasamos las otras (solidificación de los océanos, cambio en el uso del agua, degradación de la capa de ozono, calentamiento global y contaminación química), el sistema de vida se colapsará y con él nuestra civilización.

Añado un dato que hay que tomar muy en cuenta: el día 22 de agosto de 2020 ocurrió la Sobrecarga de la Tierra (Earth Overshoot Day) . Esto significa que la despensa de la Tierra donde están guardados todos los insumos renovables para la reproducción de la vida, ha quedado vacía por este año. Tendremos menos suelos fértiles, menos cosechas, menos climas adecuados, menos agua, menos nutrientes, menos aire puro, más suelos con fertilizantes etc. Debido a la cultura capitalista de «consumo sin límite», hemos consumido ya un planeta entero y un poco más de la mitad de otro que no existe (1,6). La Tierra está como un cheque sin fondos y todas las señales se han cerrado en rojo. Como no queremos reducir el consumo (para muchos, suntuoso) sino hacerlo crecer aún más (consumismo), arrancamos a la fuerza lo que la Tierra ya no tiene. La consecuencia es que más personas se enriquecerán con la escasez, una gran parte de la población pasará hambre, no tendrá acceso a lo mínimo de la vida. La Tierra no permanece indiferente, siente el golpe y se defiende, enviándonos tifones, tormentas, tsunamis y sus armas: la gama de virus letales.

La Covid-19 es la respuesta de la Tierra viva, una señal que ella nos está dando; por eso, esta vez, ha atacado a todo el planeta y no sólo a partes de él como antes el ébola, el SARS y otros. Tenemos que leer la Covid-19 con una de las últimas señales que nos envía la Madre Tierra. Ella nos dice:

«O decides dejar de sobreexplotarme violentamente, o puedo enviaros más virus, incluso el que más temen tus biólogos, el “grandón”, ese virus terrible e inexpugnable frente a cualquier vacuna u otro medio; te diezmará como especie humana. Considero tal gesto, que me hace sufrir mucho, como un justo castigo que mereces por haber librado durante siglos, ininterrumpidamente, una guerra contra la vida de la naturaleza y nunca haberme amado y cuidado a mí, tu Madre, que siempre te dio en abundancia todo lo que necesitabas para vivir.

No sirve de nada que limes los dientes al lobo, que es el sistema devastador que habéis creado; no pierde la ferocidad de su naturaleza y continuará su obra de muerte, lo que vosotros mismos habéis llamado antropoceno y necroceno. Tenéis que hacer, como dijo mi enviado y profeta el Papa Francisco, “una conversión ecológica radical”: tomar de mí lo que necesitas y no más, hacer que todos tengan lo suficiente y decente para vivir con un mínimo de dignidad y darme tiempo para autorregenerarme y poder continuar como Madre para alimentarte y que sobre aún para tus descendientes.

Para eso hay que reducir el consumo, reutilizar lo que ya se ha usado, reciclar lo que ya no te sirve, porque puede ser útil para otra cosa, y sobre todo reforestar todo el planeta, porque mis queridos hijos, los árboles, son los que capturan el carbono que has lanzado a la atmósfera, y, por la fotosíntesis, producen el oxígeno para respirar, mantienen siempre el agua en el suelo, un bien vital, común e insustituible y no una mercancía, y establecer entre vosotros relaciones de cooperación y no de competencia, de empatía y no de insensibilidad, y superar las profundas desigualdades sociales que habéis creado en el afán de acumular en pocas personas y dejar a vuestros hermanos y hermanas pasando hambre y con todo tipo de necesidades hasta morir antes de tiempo.

Así vosotros y yo habremos renovado el contrato natural que rompisteis, un contrato de cuidado mutuo y colaboración, y juntos podremos hacer una trayectoria feliz, bajo la luz bendita del gran hijo, el Sol. Cread juicio y sabiduría, porque sin eso engrosaréis el cortejo hacia la tumba que vosotros mismos habéis cavado para vosotros.

Recordad que no sólo existe el capital natural y material que habéis explotado hasta casi agotarlo; existe principalmente el capital humano-espiritual, hecho de amor incondicional, solidaridad, compasión y apertura a los demás sin discriminación, y apertura a todas las cosas hasta al Infinito de los mil nombres, Dios que creó todo con amor, que no odia a ningún ser que haya creado y es el apasionado amante de la vida. Abríos a Él para ser más humanos, sensibles, cuidadores de la naturaleza y de mí misma y saborearéis un mayor significado para vuestras vidas. Haciendo esto, tendremos un destino común bienaventurado y un mundo abierto para un futuro mejor».

O bien escuchamos estas advertencias de la Madre Tierra y la naturaleza de la que formamos parte, y creamos la base de una civilización centrada no en el beneficio sino en la vida ―una biocivilización― y una ECOnomía que se alinea con la ECOlogía o, si no, preparémonos para lo peor.

Se dice que los seres humanos aprenden de la historia que no aprenden nada de la historia pero que aprenden todo del sufrimiento. Todos estamos sufriendo bajo el aislamiento social y el distanciamiento de los grupos. Que este sufrimiento no sea en vano. Que no sea el sufrimiento de un moribundo, sino el sufrimiento del parto de una Tierra, amada y cuidada como una Madre buena y generosa, que es de hecho la única Casa Común que tenemos, en la que todos pueden y deben caber, la naturaleza incluida.         

12 ago 2020

El obispo poeta Pedro Casaldáliga y la tradición de la mística poética española

 

 

El obispo Pedro Casaldáliga (no le gustaba el título de dom, monseñor) fue transfigurado el 8 de agosto de 2020, a la edad de 92 años. Español, catalán, vino a Brasil, y fue consagrado obispo en 1971 para la Prelatura de São Félix do Araguaia, Mato Grosso. Fue un pastor ejemplar, un valiente profeta, un poeta de gran altura y un místico de los ojos abiertos. Destacó por permanecer decididamente del lado de los indígenas y los peones, expulsados de sus tierras por el avance del latifundio. Su Carta Pastoral de 1971, Una Iglesia de la Amazonía en Conflicto con el Latifundio y la Marginación Social, provocó varias amenazas de muerte y de expulsión del país, por parte de la dictadura militar [el original facsímil, así como el texto abierto en portugués y en español están disponibles en sus páginas: https://independent.academia.edu/PedroCASALDALIGA y servicioskoinonia.org/Casaldaliga ].

Aquí me atengo sólo a algunos temas de su poesía y mística que están en línea con la gran tradición española de poetas místicos, como San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila. Algunos están en español, otros en portugués.

Vivió la pobreza evangélica en un grado extremo:

No tener nada.
No llevar nada.
No poder nada.
No pedir nada.
Y, de pasada,
no matar nada;
no callar nada.
 
Solamente el Evangelio, como una faca afilada.
Y el llanto y la risa en la mirada.
Y la mano extendida y apretada.
Y la vida, a caballo dada.
Y este sol y estos ríos y esta tierra comprada
para testigos de la Revolución ya estallada.
¡Y «mais nada»!

Valiente, frente a los opresores, aclara los


EQUIVOCOS

Donde tú dices ley,
yo digo Dios.
Donde tú dices paz, justicia, amor,
¡yo digo Dios!
Donde tú dices Dios, ¡yo digo libertad,
justicia,
amor!

Estando bajo la amenaza de muerte, escribe un


ROMANCILLO DE LA MUERTE

Ronda la muerte rondera,
la muerte rondera ronda.
Lo dijo Cristo
antes que Lorca.
 
Que me rondarás, morena,
vestida de miedo y sombra.
Que te rondaré, morena,
vestido de espera y gloria.
 
(Frente a la Vida,
¿qué es tu victoria?
Él, con su Muerte,
fue tu derrota)
 
Tú me rondas con silencio,
yo te rondo en la canción.
Tú me rondas de aguijón,
yo te rondo de laurel.
Que me rondarás,
que te rondaré.
Tú para matar,
yo para nacer.
Que te rondaré,
que me rondarás.
Tú con guerra a muerte,
yo con guerra a Paz.
 
(Que me rondarás en mí
o en los pobres de mi Pueblo,
o en las hambres de los vivos
o en las cuentas de los muertos.
 
Me rondarás bala,
me rondarás noche,
me rondarás ala,
me rondarás coche.
Me rondarás puente,
me rondarás río,
secuestro accidente,
tortura, martirio.
Temida,
llamada;
vendida,
comprada;
sentida,
mentida;
callada,
cantada...!)
 
Que me rondarás,
que te rondaré,
que te rondaremos,
todos,
yo
y Él.
 
Si con Él morimos,
con Él viviremos.
 
(Con Él muero vivo,
por Él vivo muerto)
¡Tú nos rondarás,
pero te podremos!

Otro poema suyo, «Preguntas para subir y bajar el Monte Carmelo», nos lleva al San Juan de la Cruz del Cántico Espiritual, uno de los más bellos del idioma español:

Por aquí ya no hay camino,
¿hasta dónde no lo habrá?
Si no tenemos su vino,
¿la chicha no servirá?
 
¿Legarán a ver el día
cuantos con nuestros van?
¿Cómo haremos compañía
si no tenemos ni pan?
 
¿Por dónde iréis hasta el cielo
si por la Tierra no vais?
¿Para quién vais al Carmelo,
si subís y no bajáis?
 
¿Sanarán viejas heridas
las alcuzas de la ley?
¿Son banderas o son vidas
las batallas de este Rey?
 
¿Es la curia o es la calle
donde grana la misión?
Si dejáis que el Viento calle,
¿qué oiréis en la oración?
 
Si no oís la voz del Viento
¿qué palabra llevaréis?
¿Qué daréis por sacramento
si no os dais en lo que déis?
 
Si cedéis ante el Imperio
la Esperanza y la Verdad,
¿quién proclamará el Misterio
de la entera Libertad?
 
Si el Señor es Pan y Vino
y el Camino por do andáis,
si “al andar se hace camino”,
¿qué caminos esperáis?

Ha vivido en un "palacio" de tercera calidad, completamente despojado. Y se ha identificado tanto con los indígenas y los peones asesinados, que ha querido ser enterrado en aquel "Cementerio carajá a la orilla del río" donde muchos de ellos fueron enterrados, sin caja y hasta sin nombre.

Para descansar
sólo esta cruz de madera,
como la lluvia y el sol;
estos siete palmos,
y la Resurrección.

Y así imaginó el Gran Encuentro con el Amado que sirvió a los condenados de la tierra:

Al final del camino me dirán:
Y tú, ¿viviste?, ¿amaste?
Y yo, sin decir nada,
abriré el corazón, lleno de nombres.

El clamor de su profecía, la entrega total de Pastor a los más oprimidos, su poesía que alimenta nuestra belleza, y su mística de ojos abiertos y manos trabajadoras, permanecerán como un legado perenne para las comunidades cristianas, para nuestro Brasil indio y caboclo que él tanto amó, y para toda la Humanidad.           




Quizá hoy mismo, en el Santuario de los Mártires de la Caminhada (de Riberão Bonito, Mato Grosso), y ciertamente mañana o pasado mañana en São Félix do Araguaia, podremos «acompañar» (como se dice literalmente en portugués) las exequias, y el entierro de Pedro, en el cementerio junto al río. Ayer, las primeras exequias, celebradas en Batatais, donde ha fallecido, fueron acompañadas por más de 5.000 conexiones por internet, procedentes de todo el mundo. Esté atenta a copiar los enlacee para «acompañar» las transmisiones: