27 jul 2021

Lo peor todavía está por llegar


Muy interesantes las ultimas publicaciones en Koinonia

Las grandes inundaciones que han ocurrido en Alemania y en Bélgica en julio –mes del verano europeo– causando cientos de víctimas, asociadas a una ola de calor abrupto que en algunos lugares ha llegado a más de 50 grados, nos obliga a pensar y a tomar decisiones con vistas al equilibrio de la Tierra. Algunos analistas han llegado a decir: la Tierra no sólo se ha calentado; en algunos sitios se ha vuelto un horno.

Esto significa que muchos organismos vivos no consiguen adaptarse y acaban muriendo. Actualmente el calentamiento que tenemos subió en el último siglo más de un grado Celsius. Si llegase, como está previsto, a dos grados, cerca de un millón de especies vivas estarán al borde de su desaparición, después de millones de años viviendo en este planeta.

Entendemos la resignación y el escepticismo de muchos meteorólogos y cosmólogos que afirman que estamos llegando demasiado tarde a combatir el calentamiento plnetario. No estamos yendo a su encuentro, estamos ya gravemente dentro de él. Argumentan, desolados, que es poco lo que se puede hacer, pues el dióxido de carbono ya está excesivamente acumulado, ya que permanece en la atmósfera de 100 a 120 años, agravado por el metano, 20 veces más tóxico, aunque permanezca poco tiempo en el aire. Para sorpresa general, este último irrumpió debido al deshielo de los cascos polares y del permafrost que va desde Canadá y atraviesa toda la Siberia. Y hace crecer el calentamiento planetario.

La irrupción del Covid-19, por ser planetaria, nos obliga a pensar y a actuar de modo diferente. Es sabido que la pandemia es consecuencia del antropoceno, es decir, del excesivo avance agresivo del sistema imperante, basado en el lucro ilimitado. Ha sobrepasado los límites soportables de la Tierra, por la deforestación –al estilo de Ricardo Salles/Bolsonaro en Brasil–, por la implantación de monocultivos y por la contaminación general del medio ambiente, que han llegado a destruir el hábitat de los virus. Sin saber adónde ir, saltaron a otros animales, inmunes a ellos, y de éstos pasaron a nosotros, que no tenemos esa inmunidad.

Vale la pena reflexionar lo que significa el hecho de que todo el planeta haya sido afectado, por un lado igualando a todos, y por otro aumentando las desigualdades, porque la gran mayoría no consigue mantener el aislamiento social, evitar las aglomeraciones, especialmente en el transporte colectivo y en las tiendas. No ha afectado a otros seres vivos, como nuestros animales domésticos.

Debemos reconocer que el objetivo éramos nosotros, los seres humanos. La Madre Tierra, reconocida desde los años 70 del siglo pasado como un organismo vivo, Gaia, y reconocida por la ONU (el 22 de abril de 2009) como verdaderamente «Madre-Tierra», nos ha enviado una señal y una advertencia: “paren de agredir a todos los ecosistemas que me componen; ya no me están dando tiempo suficiente para que pueda reponer lo que me quitan durante un año y regenerarme”.

Como el paradigma vigente todavía considera a la Tierra como un mero medio de producción, en un sentido utilitarista, no estamos prestando atención a sus advertencias. La Tierra, como superorganismo vivo que es, nos da señales inequívocas, como ahora, con las grandes inundaciones en Europa, el frío excesivo en el hemisferio Sur y la gama de virus ya enviados (zica, ébola, chikungunya, covid...).

Como somos cabezas duras y predomina una clamorosa ausencia de conciencia ecológica, es posible que estemos transitando un camino sin retorno.

Curiosamente, como ya ha sido comentado por otros, “los profetas del neoliberalismo están transformándose en promotores de la economía social porque, ante la catástrofe actual, piensan que ya no será posible hacer lo mismo que antes, y que será necesario volver a los imperativos sociales”. Lo peor que nos podría suceder es volver a lo de antes, lleno de contradicciones perversas, enemigo de la vida de la naturaleza, indiferente al destino de las grandes mayorías pobres y armándose hasta los dientes con armas de destrucción masiva, absolutamente inútiles frente a los virus.

Tenemos forzosamente que cambiar, superar los viejos soberanismos que volvían a los otros países hostiles o sometidos a una feroz competición. El virus mostró que no cuentan para nada los límites de las naciones. Lo que realmente cuenta es la solidaridad entre todos y el cuidado de unos a otros y hacia la naturaleza, para que, preservada, no nos envíe virus todavía peores. Ahora es la nueva era de la Casa Común, dentro de la cual estarán las naciones.

David Quamen, el gran especialista en virus, dejó esta advertencia: o cambiamos nuestra relación con la naturaleza siendo respetuosos, sinergéticos y cuidadosos, o ella nos enviará otros virus, tal vez uno tan letal que nuestras vacunas no puedan atacarlo y se lleve a gran parte de la humanidad.

Al no detener el calentamiento planetario y no cambiar de paradigma hacia la naturaleza, conoceremos días peores. Si no podemos detener ya el aumento del calentamiento mundial, con la ciencia y la técnica que poseemos, podemos por lo menos mitigar sus efectos deletéreos y salvar lo más que podamos de la inmensa biodiversidad del planeta.

Como nunca antes en la historia, el destino común está en nuestras manos: debemos escoger entre seguir la misma ruta que nos lleva a un abismo o cambiar forzosamente y garantizar un futuro para todos, más frugal, más solidario y más cuidadoso con la naturaleza y la Casa Común.

Hace 30 años que repito esta lección y me siento un profeta en el desierto. Pero cumplo con mi deber que es el de todos los que despertaron un día. Debemos hablar, y ahora gritar.
           

19 jul 2021

Agua: ¿fuente de vida o fuente de lucro? Contra la privatización del agua

 

Hoy hay dos cuestiones principales que afectan a toda la humanidad: el calentamiento global y la creciente escasez de agua potable. Ambas obligan a profundos cambios en nuestro modo de vivir, pues pueden producir un colapso de nuestra civilización y afectar profundamente el sistema-vida.


Atengámonos a la cuestión del agua, codiciada por las grandes corporaciones para privatizarla y lucrarse enormemente. Ella puede ser tanto motivo de guerras como de solidaridad social y cooperación entre los pueblos. Ya se ha dicho que las guerras del siglo XX eran por petróleo y las del siglo XXI serán por agua potable. No obstante, ella puede ser referencia central para un nuevo pacto social mundial entre los pueblos y los gobiernos con vistas a la supervivencia de todos.

Consideremos los datos básicos acerca del agua. El agua es extremadamente abundante y al mismo tiempo escasa. Hay cerca de 1.360.000.000 km3 cúbicos de agua en la Tierra. Si tomáramos toda esa agua que está en los océanos, lagos, ríos, acuíferos y cascos polares y la distribuyésemos equitativamente sobre una superficie terrestre plana, toda la Tierra quedaría sumergida bajo el agua a tres km de profundidad. El 97% es agua salada y el 3% es agua dulce. Pero solamente el 0,7% de esta es directamente accesible al uso humano. De este 0,7, el 70% va para la agricultura, el 22% para la industria y lo que queda para el uso humano y animal.

La renovación de las aguas es del orden de 43.000 km3 al año, mientras que el consumo total está estimado en 6.000 km³ al año. Hay por lo tanto superabundancia de agua, pero desigualmente distribuida: el 60% se encuentra en sólo 9 países, mientras otros 80 enfrentan escasez. Poco menos de mil millones de personas consumen el 86% del agua existente, mientras que para 1.400 millones es insuficiente (en 2020 serán tres mil millones) y para dos mil millones no es tratada, lo que genera un 85% de las enfermedades comprobables. Se presume que en 2032 cerca de 5.000 millones de personas se verán afectadas por la crisis del agua.

El problema no es la escasez de agua sino su mala gestión y distribución para atender las demandas humanas y de los demás seres vivos. Brasil es la potencia natural de las aguas, con el 13% de toda el agua dulce del planeta, con un total de 5,4 billones de metros cúbicos. A pesar de la abundancia, se desperdicia el 46%, lo que daría para abastecer a toda Francia, Bélgica, Suiza y el Norte de Italia. Carecemos aún de una cultura del agua.

Por ser escasa, el agua dulce se ha convertido en un bien de alto valor económico. Como hemos pasado de una economía de mercado a una sociedad de mercado, todo se transforma en mercancía. En función de esta “gran transformación” (Karl Polanyi), hoy en día hay una carrera mundial desenfrenada para privatizar el agua y obtener grandes lucros de ello.

Así han surgido empresas multinacionales como las francesas Vivendi y Suez-Lyonnaise, la alemana RWE, la inglesa Thames Water y la americana Bechtel, entre otras. Se ha creado un mercado de las aguas de más de 100.000 millones de dólares. Ahí están fuertemente presentes Nestlé y Coca-Cola, buscando comprar fuentes por todas partes del mundo.

El gran debate hoy se presenta en estos términos: ¿el agua es fuente de vida o fuente de lucro? ¿El agua es un bien natural, vital, común e insustituible, o un bien económico a ser tratado como recurso hídrico y como mercancía?

Para empezar es importante reconocer que el agua no es un bien económico como cualquier otro. Está tan ligada a la vida que debe ser entendida como algo vital y sagrado. La vida no puede ser transformada en mercancía. Es uno de los bienes más excelentes del proceso evolutivo y unos de los mayores dones divinos. Además, el agua está ligada a otras dimensiones culturales, simbólicas y espirituales que la hacen preciosa y cargada de valores que en sí no tienen precio.

Para entender la riqueza del agua que transciende su dimensión económica, necesitamos romper con la dictadura de la razón instrumental-analítica y utilitarista, impuesta a toda la sociedad. Ésta ve el agua como mero recurso hídrico con el cual se puede hacer negocios. Atiende sólo a finalidades y utilidades. Pero el ser humano tiene otros ejercicios de su razón. Existe la razón más ancestral, sensible, emocional, cordial y espiritual. Este tipo de razón va más allá de finalidades y utilidades. Esta razón está ligada al sentido de la vida, a los valores, al carácter simbólico ético y espiritual del agua.

En esta perspectiva, el agua se considera un bien común natural, como fuente y nicho donde hace 3.800 millones de años surgió la vida en la Tierra. El agua es un bien común público mundial. Es patrimonio de la biosfera y vital para todas las formas de vida. No existe vida sin agua.

Obviamente, las dimensiones del agua como fuente de vida y como recurso hídrico no necesitan excluirse, pero deben ser rectamente relacionadas. Fundamentalmente el agua pertenece al derecho a la vida.

La ONU declaró el día 28 de julio de 2010 que el agua limpia y segura, así como el saneamiento básico, constituye un derecho humano fundamental.

Pero ella demanda, sí, una compleja estructura de captación, conservación, tratamiento y distribución, lo que implica una innegable dimensión económica. Ésta, sin embargo, no debe prevalecer sobre la otra, la del derecho, sino que debe hacer el agua accesible a todos. Se debe garantizar a todos gratuitamente por lo menos 50 litros de agua potable y sana al día. Corresponde al poder público, junto con la sociedad organizada, crear la financiación pública para cubrir los costos necesarios para garantizar ese derecho de todos. Las tarifas para los servicios deben tener en cuenta los diversos usos del agua, ya sea doméstico, industrial, agrícola o recreativo. Para los usos en la industria y en la agricultura, evidentemente, el agua esta sujeta a precio.

La visión predominante mercadológica distorsiona la correcta relación entre el agua como fuente de vida y el agua como recurso hídrico. Esto se debe fundamentalmente a la exacerbación de la propiedad privada que hace que se trate al agua sin el sentido de compartir ni de considerar las demandas de los demás y de toda la comunidad de vida.

Es todavía muy débil el principio de solidaridad social y de comunidad de intereses y del respeto por las cuencas hidrográficas que transcienden los límites de las naciones como ocurre, por ejemplo, entre Turquía de una parte y Siria e Iraq de otra, o entre Israel de un lado y Jordania y Palestina del otro, o también entre USA y México en lo que se refiere a los ríos Río Grande y Colorado.

Para discutir todas estas cuestiones vitales se creó en 2003 en Florencia, Italia, el Fórum Mundial Alternativo del Agua. En él se propuso la creación de una Autoridad Mundial del Agua. Ella sería una instancia de gobierno público, cooperativo y plural para tratar del agua a nivel de las grandes cuencas hídricas internacionales así como su distribución más equitativa según las demandas regionales.

Paralelamente, se formó una articulación internacional con vistas a un Contrato Mundial del Agua. Como no existe un contrato social mundial, podría elaborarse en torno a aquello que efectivamente une a todos, que es el agua, de la cual depende la vida de las personas y de los demás seres vivos. De manera semejante ahora con la irrupción de la Covid-19, urge un contrato mundial de salvaguarda de la vida humana, mas allá de cualquier soberanismo, visto como algo superado, de otro tiempo histórico.

Un papel importante es presionar a los gobiernos y a las empresas para que el agua no se lleve a los mercados ni se considere una mercancía. Es importante fomentar la cooperación público-privada para evitar que tanta gente muera por falta de agua o como resultado de un agua mal tratada. Cada día, 6.000 niños mueren de sed y unos 18 millones de niños y niñas dejan de ir a la escuela porque se ven obligados a ir a buscar agua a 5-10 km de distancia. Es importantísimo conservar los bosques y las selvas en pie y reforestar lo más posible. Son los que garantizan la permanencia del agua, alimentan los acuíferos, así como mitigan el calentamiento global mediante la captación de dióxido de carbono y la producción de oxígeno vital.
Un mundo con hambre cero, preconizado desde hace años por los Objetivos del Milenio de la ONU debería incluir la sed cero, porque el agua es alimento y no hay nada que pueda vivir y ser consumido sin agua. Finalmente, el agua es vida, generadora de vida y uno de los símbolos más poderosos de la vida eterna, ya que Dios aparece como vivo, generador de toda vida y fuente infinita de vida.


2021-07-18
Página de Boff en Koinonía