28 may 2020

Post-Covid 19: ¿qué virtudes asumir? (IV)


Este modo de vida sostenible se traduce en prácticas virtuosas que hacen real el modo sostenible de vivir. Son muchas las virtudes para otro mundo posible. Seré breve, ya que publiqué tres volúmenes con este mismo título "Virtudes para otro mundo posible" (Sal Terrae 2005-2006). Enumero 10 sin detallar su contenido, lo que nos llevaría lejos.

La primera es el cuidado esencial. Lo llamo esencial porque, según una tradición filosófica que proviene de los romanos, cruzó los siglos y adquirió su mejor forma con varios autores, especialmente en el núcleo central de Ser y Tiempo de Heidegger. En él se considera el cuidado como la esencia del ser humano. Es la condición previa para el conjunto de factores que permiten el surgimiento de la Vida. Sin cuidado, la Vida nunca irrumpiría ni podría sobrevivir. Algunos cosmólogos como Brian Swimme y Stephan Hawking vieron el cuidado como la dinámica misma del universo. Si las cuatro energías fundamentales no tuvieran el cuidado sutil de actuar sinérgicamente, no tendríamos el mundo que tenemos. Todo ser vivo depende del cuidado. Si no hubiésemos tenido el cuidado infinito de nuestras madres, no sabríamos cómo salir de la cuna y buscar nuestro alimento, ya que somos seres biológicamente carentes, sin ningún órgano especializado, necesitamos el cuidado de otros. Todo lo que amamos también lo cuidamos, y todo lo que cuidamos, lo amamos. Con respecto a la naturaleza significa una relación amistosa, no agresiva y respetuosa de sus límites.

La segunda virtud es el sentimiento de pertenencia a la Naturaleza, a la Tierra y al Universo. Somos parte de un gran Todo que nos desborda por todos los lados. Somos la parte consciente e inteligente de la naturaleza. Somos esa parte de la Tierra que siente, piensa, ama y venera. Este sentimiento de pertenencia nos llena de respeto, de asombro maravillado y de acogida.

La tercera virtud es la solidaridad y la cooperación. Somos seres sociales que no sólo viven, sino que conviven con otros. Sabemos por la bioantropología que fue la solidaridad y la cooperación de nuestros antepasados antropoides la que, al buscar alimentos y traerlos para el consumo colectivo, les permitió dejar atrás la animalidad e inaugurar el mundo humano. Hoy, en el caso del coronavirus, lo que nos está salvando es la solidaridad y la cooperación de todos con todos. Esta solidaridad debe comenzar por los últimos e invisibles, sin los cuales deja de ser inclusiva de todos.

La cuarta virtud es la responsabilidad colectiva. Ya hemos expuesto su significado más arriba. Es el momento de la conciencia en el que cada uno y toda la sociedad se dan cuenta de los efectos buenos o malos de sus decisiones y actos. Sería absolutamente irresponsable la deforestación descontrolada de la Amazonia porque desequilibraría el régimen de lluvias de vastas regiones y eliminaría la biodiversidad indispensable para el futuro de la vida. No necesitamos referirnos a una guerra nuclear cuya letalidad eliminaría toda la vida, especialmente la humana.

La quinta virtud es la hospitalidad como deber y como derecho. El primero en presentar la hospitalidad como un deber y un derecho fue Immanuel Kant en su famoso texto "En vista de la paz perpetua" (1795). Entendía que la Tierra es de todos, porque Dios no entregó propiedad de ninguna parte de ella a nadie. Pertenece a todos sus habitantes, que pueden caminar por todas partes. Cuando se encuentra a alguien, es el deber de todos ofrecer hospitalidad, como signo de pertenencia común a la Tierra, y todos tenemos derecho a ser acogidos, sin distinción alguna. Para Kant, la hospitalidad junto con el respeto de los derechos humanos constituirían los pilares de una república mundial (Weltrepublik). Este tema es de mucha actualidad, dado el número de refugiados y las muchas discriminaciones de diferentes clases. Tal vez sea una de las virtudes más urgentes en el proceso de planetización, aunque una de las menos vividas.

La sexta virtud es la convivencia de todos con todos. La convivencia es un hecho primario porque todos venimos de la convivencia que tuvieron nuestros padres. Somos seres de relación, que es lo mismo que decir que no vivimos, simplemente, sino que convivimos a lo largo del tiempo. Participamos de la vida de los demás, de sus alegrías y angustias. Sin embargo es difícil para muchos convivir con aquellos que son diferentes, ya sea de etnia, de religión, de partido político. Lo importante es estar abiertos al intercambio. Lo diferente siempre nos trae algo nuevo que nos enriquece o nos desafía. Lo que nunca podemos hacer es convertir la diferencia en desigualdad. Podemos ser humanos de muchas maneras diferentes, a la manera brasileña, italiana, japonesa, yanomami. Cada manera es humana y tiene su dignidad. Hoy, a través de los medios de comunicación cibernéticos, abrimos ventanas a todos los pueblos y culturas. Saber convivir con estas diferencias abre nuevos horizontes y entramos en una especie de comunión con todos. Esta convivencia implica también a la naturaleza, convivir con los paisajes, con los bosques, con los pájaros y los animales. No sólo para mirar el cielo estrellado, sino para entrar en comunión con las estrellas, porque de ellas venimos, y formamos un gran Todo. En definitiva, formamos una comunidad de destino común con toda la creación.

La séptima virtud es el respeto incondicional. Cada ser, por pequeño que sea, tiene valor en sí mismo, independientemente del uso humano. Albert Schweitzer, gran médico suizo que fue a Gabón, África, para atender a los hansenianos, desarrolló el tema en profundidad. Para él el respeto es la base más importante de la ética, porque incluye la acogida, la solidaridad y el amor. Debemos empezar por el respeto a nosotros mismos, manteniendo actitudes dignas y formas que despierten el respeto de los demás. Es importante respetar a todos los seres de la creación, porque ellos valen por sí mismos; existen o viven y merecen existir o vivir. Es especialmente valioso el respeto ante toda persona humana, pues es portadora de dignidad, de sacralidad y de derechos inalienables, sin importar de dónde provenga. Debemos un respeto supremo a lo sagrado y a Dios, el misterio íntimo de todas las cosas. Sólo ante Él podemos arrodillarnos y venerar, pues sólo ante Ella cabe esta actitud.

La octava virtud es la justicia social y la igualdad fundamental de todos. Justicia es más que dar a cada uno lo que es suyo: entre los humanos, la justicia es el amor y el mínimo respeto que debemos dedicar a los demás. La justicia social es garantizar lo mínimo a todas las personas, no crear privilegios, y respetar sus derechos en pie de igualdad, porque todos somos humanos y merecemos ser tratados humanamente. La desigualdad social significa injusticia social y, teológicamente, es una ofensa al Creador y a sus hijos e hijas. Tal vez la mayor perversidad que existe hoy en día sea la que deja a millones de personas en la miseria, condenadas a morir antes de tiempo. En este tiempo de coronavirus, se ha demostrado la violencia de la desigualdad social y la injusticia. Mientras algunos pueden vivir en cuarentena en casas o apartamentos adecuados, la gran mayoría de los pobres están expuestos a la contaminación y a menudo a la muerte.

La novena virtud es la búsqueda incansable de la paz. La paz es uno de los bienes más ansiados, porque, por el tipo de sociedad que construimos, vivimos en permanente competencia, con llamadas al consumo y a la exaltación de la productividad. La paz no existe en sí misma; es la consecuencia de valores que deben ser vividos previamente, los que dan como resultado esa paz. Una de las formas más acertadas de comprender la paz nos viene de la Carta de la Tierra, donde se dice: «La paz es la plenitud que resulta de las relaciones correctas con uno mismo, con otras personas, con otras culturas, con otras vidas, con la Tierra y con el Gran Todo del cual somos parte» (nº 16f). Como se puede ver, la paz es la consecuencia de relaciones adecuadas y el fruto de la justicia social. Sin estas relaciones y esta justicia sólo conoceremos una tregua, nunca una paz permanente.

La décima virtud es el cultivo del sentido espiritual de la vida. El ser humano tiene una exterioridad corporal mediante la cual nos relacionamos con el mundo y con las personas y tenemos también una interioridad psíquica donde se anidan, en la estructura del deseo, nuestras pasiones, los grandes sueños, y nuestros ángeles y demonios. Debemos controlar estos últimos y cultivar amorosamente los primeros. Sólo así podremos disfrutar del equilibrio necesario para la vida.

Pero también poseemos una profundidad, esa dimensión en la que residen los grandes interrogantes de la vida: ¿quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos, qué podemos esperar después de esta vida terrenal? ¿Cuál es la Energía Suprema que sostiene el firmamento y mantiene nuestra Casa Común alrededor del Sol y la mantiene siempre viva para permitirnos vivir? Es la dimensión espiritual del ser humano, hecha de valores intangibles como el amor incondicional, la confianza en la vida, el coraje para enfrentar las inevitables dificultades. Nos damos cuenta de que el mundo está lleno de sentidos, que las cosas son más que cosas, son mensajes, y tienen otro lado invisible. Intuimos que hay una Presencia misteriosa que impregna todas las cosas. Las tradiciones religiosas y espirituales han llamado a esta Presencia con mil nombres, sin poder sin embargo descifrarla totalmente. Es el misterio del mundo que se remite al Misterio Abisal que hace que sea todo lo que es. Cultivar este espacio nos humaniza, nos hace más humildes y nos arraiga en una realidad trascendente, adecuada a nuestro deseo infinito.

Conclusión: ser simplemente humanos

La conclusión que sacamos de estas largas reflexiones sobre el coronavirus 19 es: debemos ser simplemente humanos, vulnerables, humildes, conectados entre sí, parte de la naturaleza y la porción consciente y espiritual de la Tierra con la misión de cuidar la herencia sagrada que hemos recibido, la Madre Tierra, para nosotros y para las generaciones futuras.

Son inspiradoras las últimas frases de la Carta de la Tierra: «Que nuestro tiempo sea recordado por el despertar de una nueva reverencia ante la vida, por el firme compromiso de alcanzar la sostenibilidad e intensificar la lucha por la justicia y la paz, y por la alegre celebración de la vida».
Página de Boff en Koinonía

25 may 2020

El dia de Africa 25 de mayo 2020


Este año hemos querido concretar esta celebración con un lema por África : Pasión por la Vida
y eso es lo que sienten sus gentes,, una gran pasión por todo lo que es belleza, vida, hospitalidad, amor y solidaridad.
Rezamos para que el Covid 19 no se lleve como en otras pandemias tantas vidas de mujeres, niños y jóvenes, siempre los más desfavorecidos de ese continente. Que sus mayores los protejan y que Dios bendiga a este continente.


Ver el video Pasion por Africa.

https://youtu.be/DweSwd9bpUs

19 may 2020

La cita espiritual. "Oración para el 5º aniversario de Laudato si'"


Dios de amor,
Creador del cielo y la tierra y de todo lo que contienen,
nos creaste a tu imagen y nos hiciste administradores de toda tu creación,
de nuestra casa común.
Nos bendijiste con el sol, el agua y la tierra fértil
para que todos pudiéramos alimentarnos.
Abre nuestras mentes y toca nuestros corazones
para que podamos responder al don de tu creación.
Ayúdanos a ser conscientes de que nuestra casa común
no sólo nos pertenece a nosotros, sino a todas las generaciones futuras,
y que es nuestra responsabilidad preservarlo.
Que ayudemos a garantizar
que cada persona cuente con la comida y los demás recursos que necesita.
Hazte presente entre los necesitados en estos tiempos difíciles,
especialmente los más pobres y los que corren más riesgo de ser abandonados.
Transforma en esperanza nuestro miedo, ansiedad y sentimientos de soledad
para que podamos experimentar una verdadera conversión del corazón.
Ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa
para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial.
Haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Que sintamos, hoy más que nunca, que todos estamos interconectados
en nuestros esfuerzos por aliviar el clamor de la tierra y el clamor de los pobres.
Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor,
Amén
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18 may 2020

Post-Covid 19: ¿qué cosmología y qué ética incorporar?



2020-05-15

El ataque sistémico que la naturaleza está realizando contra la humanidad con un virus diminuto e invisible está causando una grave preocupación y llevando a muchos miles de personas a la muerte. Sin embargo, nuestra reacción a la pandemia es también fundamental. ¿Qué lección nos enseña? ¿Qué visión de mundo y qué tipo de valores nos lleva a desarrollar? Seguramente deberemos aprender todo lo que deberíamos haber aprendido y no aprendimos. Deberíamos haber aprendido que somos parte de la naturaleza y no sus “señores y dueños” (Descartes). Hay una conexión umbilical entre el ser humano y la naturaleza. Venimos del mismo polvo cósmico como todos los demás seres y somos el eslabón consciente de la cadena de la vida.

Erosión de la imagen del “pequeño dios en la tierra”

El mito moderno de que somos “el pequeño dios” en la Tierra y que podemos disponer de ella a nuestro antojo porque es inerte y sin propósito, ha sido destruido. Uno de los padres del método científico moderno, Francis Bacon, dijo que deberíamos tratar a la naturaleza como los esbirros de la inquisición trataban a sus víctimas, torturándolas hasta que entreguen todos sus secretos.
A través de la tecnociencia hemos llevado este método al extremo, llegando al corazón de la materia y la vida. Esto se ha llevado a cabo con un furor sin precedentes hasta el punto de haber destruido la sostenibilidad de la naturaleza y por lo tanto del planeta y de la vida. De esta manera hemos roto el pacto natural que tenemos con la Tierra viva: ella nos da todo lo que necesitamos para vivir y en contrapartida debemos cuidarla, preservar sus bienes y servicios y darle descanso para restaurar todo lo que tomamos de ella para nuestra vida y progreso. No hemos hecho nada de eso.

Por no haber observado el precepto bíblico de “proteger y cuidar el Jardín del Edén (de la Tierra: Gn 2,15)” y por amenazar las bases ecológicas que sostienen toda la vida, ella nos ha contraatacado con un arma poderosa, el coronavirus, que causa la Covid-19. Para enfrentarlo, hemos vuelto al método de la Edad Media, que superó sus pandemias a través del estricto aislamiento social. Para que el pueblo, asustado, saliera a la calle, en el ayuntamiento de Múnich (Marienplatz) se construyó un ingenioso reloj con bailarines y cucos para que todos acudieran a apreciarlo, lo que se viene haciendo hasta hoy.

La pandemia, que más que una crisis es la exigencia de un cambio en la visión del mundo y de la incorporación de nuevos valores, nos plantea esta pregunta: ¿realmente queremos evitar que la naturaleza nos envíe virus aún más letales, que puedan diezmar incluso la especie humana? Ésta sería una de las diez que desaparecen definitivamente cada día. ¿Queremos correr ese riesgo?

Inconsciencia generalizada del factor ecológico

Ya en 1962, la bióloga y escritora estadounidense Rachel Carson, autora de Primavera Silenciosa, advirtió: “Es poco probable que las generaciones futuras toleren nuestra falta de preocupación prudente por la integridad del mundo natural que sustenta toda la vida... La pregunta es si alguna civilización puede continuar una guerra sin tregua contra la vida sin destruirse a sí misma y sin perder el derecho a ser llamada civilización”.

Parece que fue una profecía de la situación que estamos viviendo a nivel planetario. Tenemos la impresión de que la mayoría de la humanidad e incluso los líderes políticos no demuestran una conciencia suficiente de los peligros que enfrentamos con el calentamiento global, con la excesiva proximidad de nuestras ciudades y especialmente del agronegocio masivo a la naturaleza virgen y a los bosques que están deforestando. De esta manera destruimos los hábitats de millones de virus y bacterias que terminan siendo transferidos a los seres humanos. Según científicos serios, el coronavirus no habría venido a través de un murciélago del mercado de China, sino simplemente de la natureza.

El coronavirus nos obligará a reinventarnos como humanidad y a remodelar de forma sostenible e inclusiva la única Casa Común que tenemos. Si prevaleciera lo que dominaba antes, exacerbado hasta el extremo, entonces podemos prepararnos para lo peor. Sin embargo, cabe recordar que el sistema-vida ha pasado por varias extinciones importantes (estamos dentro de la sexta) pero siempre ha sobrevivido.

La vida parecería –me permito una metáfora singular–, una “plaga” que nadie hasta hoy ha logrado exterminar. Porque es una “plaga” bendita, ligada al misterio de la cosmogénesis y a aquella Energía de Fondo, misteriosa y amorosa que preside todos los procesos cósmicos y también los nuestros.

Es imperativo que abandonemos el viejo paradigma de la voluntad de poder y dominación sobre todo (el puño cerrado), hacia un paradigma de cuidado de todo lo que existe y vive (la mano extendida), y de la corresponsabilidad colectiva.

En el último párrafo de su libro La era de los extremos (1995) escribió Eric Hobsbawn: Una cosa está clara. Si la humanidad quiere tener un futuro reconocible, no puede ser prolongando el pasado o el presente. Si tratamos de construir el tercer milenio sobre esta base, fracasaremos. El precio del fracaso, es decir, la alternativa al cambio de la sociedad es la oscuridad (p. 506).

Esto significa que no podemos simplemente volver a la situación anterior al coronavirus, ni siquiera podemos pensar en un regreso al pasado pre-iluminista, como quiere el actual gobierno brasileño y otros de extrema derecha.
Página de Boff en Koinonía


Página de Leonardo Boff

4 may 2020

Hablando sobre el futuro


Inmerso en la pandemia de la covid-19, este año, en ninguna parte del mundo los trabajadores pueden salir a las calles para celebrar su día. De hecho, desde el triunfo del neoliberalismo, hace más de veinte años, esta fiesta venía perdiendo fuerza, a pesar de que la victoria de Lula en 2002 renovó las esperanzas de días mejores. Sin embargo, los últimos cinco años sido de sufrimiento: los derechos se han erosionado, mientras el desempleo por su parte ha aumentado. El golpe final ha sido la precariedad del trabajo y el vaciamiento de los sindicatos. Una vez que termine la pandemia, quedará una crisis económica (caída de la producción) y financiera (quiebras económicas, y falta de inversión), que habrá que atravesar. ¿Cómo será la vida para aquellos que sólo viven de lo que producen con su trabajo? ¿Cómo enfrentar esta realidad el 1º de mayo?

Es demasiado temprano para esbozar el escenario que se avecina, pero seguramente el mundo será bastante diferente de lo que era hasta ahora. La crisis económico-financiera, agravada por el clima de guerra entre las potencias emergentes y las decadentes, traerá un nuevo modo de producción y consumo capaz de renovar el capitalismo [http://fepolitica.org.br/tag/capitalismo], probablemente basado en la planificación estatal a través de la tecnología de la información (como está sucediendo en China). En este capitalismo de quinta generación, las clases trabajadoras serán los grandes perdedores, y sus derechos difícilmente estarán garantizados... ¡Nada de optimismo!

Sin embargo, este escenario ignora lo que la Tierra está preparando para la especie homo sapiens / demens y que ha tenido en la actual pandemia una señal de advertencia: la catástrofe climática y ambiental. El modo de producción y consumo capitalista no puede hacer nada ante ella, porque para él lo que cuenta son las empresas, las personas jurídicas, y no las personas reales, con carne, hueso y espíritu. Su impulso de supervivencia intensificará el uso de todos los instrumentos de la tecnociencia más avanzada, pero ni siquiera podrá doblegar la voluntad de la Tierra para deshacerse del mal que nuestra especie le está haciendo.

Ante esta catástrofe, que ya está en el horizonte, podemos imaginar dos posibilidades opuestas y extremas: (a) mantener el proceso económico actual, impulsado por el espejismo del crecimiento sin fin, o (b) operar una verdadera conversión de la humanidad hacia una civilización planetaria, respetuoso de los Derechos de la Tierra y de toda la Comunidad de la Vida. Lo primero significaría dar aún más fuerza al mercado y a las empresas, aunque eso implique la reducción de la especie humana a un pequeño número de personas que vivan en burbujas tecnológicas. Lo segundo implicaría un retorno a la vida frugal, con la que una economía basada en la cooperación, la solidaridad y la reciprocidad, aseguraría lo necesario para la vida, sin exceder los límites de los recursos ecológicos renovables en cada territorio. Para aquellos que viven de ingresos de capital, esto es impensable. Pero para las clases trabajadoras, esta economía que sólo garantiza lo necesario, es parte de su experiencia: no tienen que ser ricos para ser felices. Alimentar, en la práctica diaria, la experiencia de solidaridad, de cooperación, poner todo en común, y preparar el proceso de expropiación privada de los medios de producción, es el desafío que enfrentan los hombres y las mujeres para salir de la crisis en el camino de la vida.