GRÀCIES, RAIMON
18 July 2017 · per J. I. González Faus · a Cultura.
Dos pares de lecciones nos dejó Raimon tras su retirada. Uno es personal y cabe en estas dos palabras: coherencia y modestia. El otro es musical y a él voy a referirme en estas líneas. Como el espacio es limitado, atenderé sólo a las primeras canciones del rapsoda.
En toda la obra de Raimon es fundamental la letra. Quizás por aquello de que “vengo de un silencio, antiguo y muy largo” (jo vinc d’un silenci antic i molt llarg), la música de Raimon parece hecha para sustentar y subrayar una palabra constante y concisa. Sus letras son muchas veces como mantras repetitivos, de esos que hoy tantos buscan para meditar. Pequeñas frases que gotean sobre el alma, aspirando a conseguir aquello del verso latino: la gota excava la piedra, no por fuerza sino por constancia (“gutta cavat lapidem no vi sed saepe cadendo”). Así, por ejemplo, nos va calando aquello de que somos “una luz que se escapa, una luz que se apaga, una luz que no es luz: somos la gran humareda de la tierra; venimos de la tierra, iremos a la tierra, vivimos en la tierra y seremos de la tierra”. Ahí parece latir ya la “sombra” (como Píndaro define al hombre) o la “mentira” como lo define Buda. Raimon es un excelente poeta; y me atrevo a preguntar si un Nobel de literatura no le hubiera caído mejor a él que a Bob Dylan.
La melodía se pone entonces al servicio de ese mensaje: se interrumpe o se repite para darle realce, lo adorna, le da fuerza y lo convierte en grito. No me parece posible tararear una música de Raimon sin su letra. Y, aunque sorprenda lo que voy a decir, la melodía de Raimon, vista así, me ha evocado muchas veces a un canto gregoriano, pero invertido: porque, en el gregoriano, la melodía mece y alarga muchas veces a la letra. Mientras que en Raimon es al revés: la letra ciñe a la melodía y la hace adaptarse a ella como un vestido escueto en un cuerpo bello de mujer. Parodiando a McLuhan cabría decir que, en Raimon, “la melodía es también el mensaje”.
Atendamos, pues, ahora al mensaje. Antes nos habíamos quedado en que “som el gran fum de la terra”: la sombra de Píndaro, dije. Y he aquí que, sorprendentemente, ese humo puede gritar bien sonoro “al viento”: arrostrándolo y encarándose a él con “la cara, el corazón, las manos y los ojos” (la cara al vent, el cor al vent…). “Llena de noche”, la sombra pindárica se vuelve al viento “buscando la luz, buscando la paz, buscando a Dios” por todas partes. Siempre me ha sorprendido que ésa fuese la primera canción de Raimon, por lo precisas y bien expresadas que están las tres búsquedas: la luz, de la que cada vez distamos más en esta era de postverdad; la paz, que cada vez nos faltará más porque la paz sólo brota de la justicia (y cuando no brota de ahí nos recordará el poeta que “muchas veces la paz no es más que miedo”); y Dios, en esta hora de la idolatría de Mamôn[1], de la que Heidegger dijo aquello de: “sólo un Dios puede salvarnos”.
“Somos” y “buscamos” son los verbos de esas dos canciones. La sombra se convierte aquí en el sueño que completará la frase de Píndaro (el hombre: “sueño de una sombra”), pero dándole ahora un sentido más positivo que en el vate griego. La mentira del ego se convierte ahora en “la naturaleza de Buda” que está en lo más hondo de todos nosotros. Y lo mismo podríamos decir con léxico cristiano, como el de aquel poema del entrañable Blanco Vega: “y limpia en lo más hondo del corazón del hombre, Tu imagen empañada por la culpa”.
Por qué el epifenómeno de la tierra (“el gran fum”) se atreve a encarar así al viento, nos lo responde quizás otra de sus primeras canciones; “en ti amo al mundo”. El verdadero amor vuelve al eros humano capaz de saltar de la persona amada al mundo entero. Y, para que no sea un mundo abstracto (porque es demasiado fácil y demasiado falso amar sólo a los abstractos), ese mundo se concreta en seguida: “tu tierra” (que no es la mía) y “tu gente” (que tampoco es la mía). Ése es “el difícil camino del amor” pero es también “el único camino cierto”.
Y cuando ese amor se enfrenta con el mundo descubre que “el pan es hambre para muchos” y que “la sangre es ley” de esta tierra. Hasta que brota de ahí el último mantra de la canción de Raimon: un repetido “No”, y No, y No…, que invita a seguir diciendo “No”, y nos empapa hasta gritar que no queremos ser de ese mundo. En contraposición al “Om” de la tradición hindú, armónico y pacificador, este “No” busca más bien despertarnos de nuestro sueño de inhumanidad.
Gracias pues, amigo Raimon. Hasta ahora ha sido bueno que pudiéramos oírte de vez en cuando. Ojalá en adelante te cantemos cada vez más.
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