El profetismo es un fenómeno no solo bíblico. Consta su existencia en otras religiones como en Egipto, en Mesopotamia, en Mari y en Caná, en todos los tiempos, también en los nuestros. Hay varios tipos de profetas (comunidades proféticas, visionarios, profetas del culto, de la corte, etc.) que no cabe analizar aquí. Son clásicos los profetas del Primer Testamento (antes se decía Antiguo Testamento) que se mostraban sensibles a las cuestiones sociales, como Oseas, Amós, Miqueas, Jeremías e Isaías.
A decir verdad, en todas las fases del cristianismo siempre ha estado presente el espíritu profético, como entre nosotros innegablemente con Dom Hélder Câmara, con el Cardenal Dom Paulo Evaristo Arns, con Dom Pedro Casaldáliga y otros, por hablar sólo de Brasil.
El profeta es un indignado. Su lucha es por el derecho y por la justicia, especialmente en favor de los pobres, los débiles y las viudas, contra los explotadores de los campesinos, contra los que falsifican pesos y medidas, y contra el lujo de los palacios reales. Sienten una llamada dentro de sí, interpretada en el código bíblico como una misión divina. Amós, que era un simple vaquero, Miqueas, un pequeño colono, y Oseas, casado con una prostituta, dejan sus quehaceres y van al patio del templo o delante del palacio real para hacer sus denuncias. Pero no sólo denuncian. Anuncian catástrofes y después anuncian una nueva esperanza, un comienzo nuevo y mejor.
Están atentos a los acontecimientos históricos también a nivel internacional. Por ejemplo, Miqueas increpa a Nínive, capital del imperio asirio: “Ay de la ciudad sanguinaria, en ella todo es mentira. Está llena de robo, y no para de saquear. Lanzaré sobre ti inmundicias” (3,1.6). Jeremías llama a Babilonia “la metrópoli del terror”.
Debemos entender correctamente las previsiones de los profetas. No es que predigan las catástrofes, como si tuviesen acceso a un saber especial. El sentido es este: si la situación actual persiste y no se cambia la explotación, las prácticas contra los indefensos y el abandono de la relación reverente con Javé, entonces va a suceder una desgracia.
Lógicamente desagradan a los poderosos, a los reyes e incluso al pueblo. Se les llama “perturbadores del orden”, “conspiradores contra la corte o el rey”. Por eso los profetas son perseguidos, como Jeremías, que fue torturado y encarcelado; otros fueron asesinados. Pocos profetas murieron de viejos, pero nadie les hizo callar.
Evidentemente hay falsos profetas, aquellos que viven en las cortes y son amigos de los ricos. Anuncian sólo cosas agradables y hasta les pagan para eso. Hay un verdadero conflicto entre los falsos y los verdaderos profetas. Señal de que un profeta es verdadero es el valor de arriesgar la vida por la causa de los humildes de la tierra, que siempre grita por la justicia y por el derecho y que, incansablemente, defiende lo correcto y lo justo.
Los profetas irrumpen en tiempos de crisis para denunciar proyectos ilusorios y anunciar un camino que haga justicia al humillado y que genere una sociedad agradable a Dios porque atiende a los ofendidos y a los que han sido invisibilizados. La justicia y el derecho son las bases de la paz duradera: ése es el mensaje central de los profetas.
En nuestra realidad nacional y mundial vivimos hoy una grave crisis. Agrupaciones de científicos y analistas del estado de la Tierra nos advierten que si sigue la lógica de la acumulación ilimitada estamos preparando una grave catástrofe ecológico-social. No vamos hacia el calentamiento global. Estamos ya dentro de él y las señales son innegables.
Estas voces, de las más autorizadas, no son oídas por los “decision makers” ni por los hombres de dinero. En nuestro país, sumergido en una crisis sin precedentes, gobernado caóticamente por personas incompetentes y hasta ridículas, nos faltan profetas que denuncien y apunten caminos viables para salir de este atolladero.
En línea profética están las palabras de Márcio Pochmann: “Si se mantiene el camino abierto por el neoliberalismo de Temer y ahora profundizado por el ultraliberalismo que domina el confuso gobierno Bolsonaro, la evolución de Brasil tenderá a ser la de Grecia, con cierre de empresas y quiebra de la administración pública. Lo peor se aproxima rápidamente”. Otros van más allá: “si se imponen las reformas político-sociales, conformes a la lógica del mercado, meramente competitivo y nada cooperativo, Brasil podrá transformarse en una nación de parias”. Necesitamos profetas, religiosos, civiles, hombres y mujeres, o por lo menos que tengan actitudes proféticas, para denunciar que el camino ya decidido será catastrófico.
Valgan las palabras de Isaías: “El pueblo que vive en la oscuridad verá una gran luz. A los que habitan en regiones áridas, una luz resplandecerá sobre ellos” (9,1-2).
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