Lc 21, 5-19
«Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá»
Es evidente que Lucas (y el resto de evangelistas) está describiendo unos hechos que ya han ocurrido: la destrucción del Templo, las persecuciones, los falsos profetas… y los mezclan con expresiones de Jesús para ofrecernos un discurso escatológico de muy difícil interpretación. Pero, dentro su complejidad, hay en él un mensaje en el que queremos incidir: el fin de los tiempos.
A nosotros no nos interesa nada el fin del mundo porque dudamos que estemos aquí para verlo, pero sí nos interesa, y mucho, el fin de nuestro propio tiempo. Sabemos que nuestro destino inmediato es la muerte, y siendo coherentes, debemos aprender a vivir con esa perspectiva, aunque la sintamos como un trance terrible y absurdo por el que todos vamos a pasar.
Tradicionalmente, la mejor defensa ante este hecho ha sido la esperanza de más vida después de la muerte. Nietzsche llamaba ruin y miserable a quien se refugiaba en el más allá para huir de la realidad de la vida, pero el deseo de evadirse es algo propio de la condición humana, y el hombre moderno lo sigue sintiendo como una necesidad acuciante. La diferencia es que, a falta de esperanza, ahora se evade a través de la infinidad de mecanismos que la sociedad de consumo ha puesto a su disposición precisamente con ese fin.
Heidegger, ateo destacado, llama inauténtica a esta manera de vivir, y propone una forma de afrontar la finitud de la vida sin menoscabo de su sentido. En su obra “El ser para la muerte” nos invita a vivir con autenticidad asumiendo como algo natural el hecho de la muerte. «Debemos aceptar que somos finitos, asumir la angustia de caminar hacia la nada, no renunciar a disfrutar de todas las posibilidades que se abren ante nosotros, correr el riesgo de equivocarnos y arrepentirnos, vivir cada momento de nuestra vida conscientes de que vamos a morir» …
Juan Antonio Estrada S.J., desde su posición de creyente, hace unas consideraciones en torno a la forma de encarar nuestra finitud que nos parecen muy interesantes y que queremos compartir. Dice que «es muy saludable actuar sabiendo que esta vida se acaba y que no sabemos cuándo se va a acabar, porque esta actitud nos urge a vivir con más intensidad, a no darnos tanta importancia, a ser menos egoístas y tratar de mejorar nuestra relación con los demás».
Añade que cuando alguien interioriza de verdad que la vida en este mundo es efímera, se da cuenta de que el apego a las cosas es una gran necedad que le hace daño y no le lleva a ninguna parte. Entonces combate sus apegos y comprueba que se pueden vencer, y con ellos, el dolor que le provocan. Y de esta forma gana en compasión, en alegría, en amor, en bondad, en sabiduría… porque su corazón se ha librado del temor que le atenazaba…
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Publicado en Cristianos Siglo XXI
No hay comentarios:
Publicar un comentario