13 ago 2008

El silencio habitado


Tibihrine se encuentra a unos cien kilómetros de Argel.

Se llega a Tibihrine por la autorruta hasta Medea y luego se comienza a subir las montañas pasando por distintos pueblos hasta llegar a la cima de una montaña. En Tibihrine esta el monasterio trapense en donde en el año 1996 los siete monjes que lo ocupaban fueron asesinados por extremistas islámicos.

El monasterio no contiene en la actualidad ninguna comunidad aunque hay proyectos para que monjas trapenses vayan a vivir allí. De momento el monasterio esta cuidado por obreros que siguen cultivando la huerta y vendiendo sus productos y personal de Argel que sube regularmente para que sus edificios no se deterioren completamente.

En el monasterio y a pesar de su sequedad y polvo se respira una atmósfera de silencio y de paz. En una parte de lo que fue un jardín bien cuidado esta el cementerio y en el están enterrados los despojos encontrados de los siete monjes. Unas lapidas pequeñas muy sencillas de piedra tienen el nombre de cada monje y la fecha en que se dio por segura su muerte. Estuve paseando por allí y me senté en un tronco de árbol para orar y tratar de imaginar a estos hombres que dieron su vida por los demás y por el país que amaban: Argelia.

En aquella época murieron mas de doscientos mil argelinos pero la noticia del secuestro y muerte de los monjes de origen francés atrajo la atención del mundo entero por ser personas dedicadas a la oración que ayudaban a la población manteniendo en los terrenos del monasterio una escuela y un dispensario para atender a los enfermos .El monasterio era un lugar de reposo espiritual para cualquier persona que lo deseara de la religión que fuera o de las creencias que tuviera.

En el interior del monasterio y en una de sus puertas descubrí una pequeña terraza desde la que se puede ver la huerta formando una pendiente que desciende hasta el dispensario y la escuela y enfrente las montanas de la cordillera del Atlas haciendo de muro que lo separa del mar y de sus costas. Insertos en sus laderas se ven diversos pueblos y localidades. El paisaje es magnificente y tan grandioso que me dio la sensación de que la mirada no podía contener todo.

Las horas discurrieron deprisa entre los paseos exploratorios de la propiedad y un rato silencioso y tranquilo en la capilla en donde los monjes solían rezar y celebraban la Misa. Todo invitaba al silencio y note enseguida que no se oía ni tan siquiera el canto de los pájaros. Era un silencio total el que parecía rodearme. Y me sentí bien.

A las cuatro de la tarde los dos coches que habíamos subido a Tibihrine iniciamos el descenso y en la primera curva del camino nos estaban esperando los dos coches de la escolta militar que en algún punto de la autovia se cambiaron por motoristas que nos acompañaron hasta la puerta de casa en Argel. Durante el camino alguien vio al borde de la carretera unos higos con apariencia buenísima que hubiéramos deseado comprar. ¡Pero cualquiera hace compras o se para a ver ningún paisaje cuando va tan bien acompañada y protegida!

No conocí a ningún hombre que habitó aquel monasterio, pero si note que su presencia lo seguía llenando todo y comprendí por que la vida del monasterio sigue fluyendo y las personas desean como lo hicieron antaño pasar unas horas en ese lugar: ellos siguen vivos allí, en todo lo que los recuerda y por la fuerza de su amor.

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