Hace
mucho frío aquí. El invierno es duro y eso me recuerda el sol africano. Los 40
grados de temperatura que estarán teniendo en algunos lugares de Malawi y el
sudor que nos empapa el cuerpo en la
región del lago. Esa agua de la ducha que esperas que te refresque pero que ya
sale caliente sin ninguna posibilidad de enfriarla. No hace falta usar una
toalla, porque te secas inmediatamente sin usar nada y tal vez lo mejor era
dormir sobre el cemento para que el colchón no te sirviera de manta durante la noche.
¡Y aun
así lo echo tanto de menos!
¡Amai,
amai, corra que hay problema en el
hospital ¡
Ya imaginaba lo que podía ser, la mayoría de
los problemas que no podíamos hacer frente, eran problemas de maternidad.
Madres dando a luz con complicaciones con las enfermeras comadronas, todas
ellas muy buenas y con mucha experiencia. No había medico en el hospital y si
me llamaban era porque yo
representaba el ultimo recurso del
hospital en aquella misión.
Así que
me levante de la mesa donde estaba cenando ese Domingo por la noche y salí
corriendo para el hospital.
Los
domingos eran especiales en Nkhamenya. Los misioneros Padres Blancos se iban
los martes por la mañana a los poblados de la parroquia y no regresaban hasta
el Domingo por la tarde. Así que nos
habíamos puesto de acuerdo en que cenaríamos un domingo en casa de ellos y otro
domingo en la nuestra. Siempre era el
mismo menú pero lo disfrutábamos mucho después de una semana entera de pasta de
maíz, verduras y trozos de carne de ternera muy dura cuando la había. Los
Domingos comíamos un pollo. Recuerdo que no era muy grande y gordo pero era
pollo y lo acompañábamos con patatas o arroz.
Lo mejor era reunirse y hablar y compartir durante la cena lo que había sido nuestra semana y luego terminar
con unas pocas canciones acompañadas por la guitarra de John. A los irlandeses siempre les gusta cantar y
recordar su país y región.
Aquella
noche deje mi plato de comida y al llegar al hospital me encontré con una mujer
en la sala de partos que no podía dar a luz. Ya llevaba muchas horas de espera
y dolor y el niño no se encajaba bien para salir. No había mas remedio que
llevarla al hospital cercano de Kasungu, solo a 80 kilómetros de distancia pero
que en carretera de tierra y lluvia nos costaba hasta 4 horas. Ya había
anochecido y con una lámpara de
petróleo fui al garaje a sacar nuestra
furgoneta descapotable y en la que podíamos extender un colchón en la parte de
detrás y usábamos como ambulancia. El
chofer del hospital era yo también así que tenia que estar disponible día y
noche. Saque el coche y extendimos a la mujer en el colchón junto con un
familiar y una comadrona a su lado.
Aquel
día era San Patrick, el patrón de Irlanda y me quedaba sin la celebración pero
había que salir volando. El niño peligraba y la mujer también.
Delante
del hospital había una especie de rotonda que habíamos hecho con piedras para
señalar la entrada al hospital, allí no habían verjas ni vallas, y hacer que los coches o carros dieran la
vuelta para colocarse delante de los cuatro escalones de la entrada. En el
momento de poner la primera marcha en
el coche y salir la mujer se quejo...
le entraba mas dolor... y yo pensé que me metía en una carretera oscura llena
de agujeros y piedras y sin ayuda
alguna si pinchaba una rueda o me quedaba en el borde de la cuneta... la mujer
iba a sufrir mucho y los espasmos venían mas a menudo. Entonces se me ocurrió una idea... ¿ Y si
le daba algunas vueltas en el coche sobre la gravilla y alrededor de la
rotonda sin meterme aun en la carretera
principal? ¿Podía arriesgar unos minutos?
No lo
pensé dos veces y empecé a dar vueltas con el coche, La comadrona no entendía
lo que estaba haciendo y la mujer se
quejaba mas fuertemente. A los 4 o 5 minutos de girar sobre mi misma, oí los
golpes en la parte alta de la cabina...! !Para, para, que llega el niño!.
Retrocedí
deprisa los metros recorridos y toque
el claxon varias veces delante de la
puerta del hospital. Salieron con una camilla y volvimos corriendo a la sala de
partos. Unos minutos mas tarde el niño
ya había nacido. Los gritos de alegría
de la familia y personal sanitario subían hasta el cielo. Yo respire
profundamente, ¡de la que me había librado! Y además los dos, madre y niño se encontraban perfectos. Metí
el coche en el garaje y regrese al plato ya frío de pollo y arroz que había dejado a medio consumir. ¿ Pero
¿qué importancia tenia eso? Una vida nueva había venido al mundo.
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