29 ago 2009

Para ti y para mi han inventado el Mar.


Estas vacaciones las he pasado de casa en casa. Cinco lugares y familias distintas. No ha estado nada mal pero también ha habido mucha necesidad de adaptación a las costumbres de cada grupo. En uno comía a la 1.30 de la tarde y en otro cenaba a las 11 de la noche y empezaba a ver una película a la hora en que la semana anterior ya hacia un par de horas que dormía. Pero eran las vacaciones y para mí la ocasión de encontrarme y convivir con familiares y amigos.
Un amigo me ha escrito compartiendo algunas de sus reflexiones de esas veladas veraniegas en las que la conversación es lo mejor y mas interesante de todo lo que esta sociedad de consumo nos ofrece y me dice que en personas normales y corrientes ha encontrado mucho miedo detrás de las ideas y las risas: miedo a la responsabilidad, a tomar decisiones, a hacer relaciones duraderas y largas, a criar a los hijos.
No he tenido la ocasión de constatar todo eso. Las mías , vacaciones, excepto el tiempo que pase con una buena amiga, han estado marcadas por la ausencia de cualquier conversación mas o menos seria o coherente y la sensación siempre de la soledad. Una soledad habitada por las personas que iban buscando la mejor manera de descansar a su aire haciendo aquello que les agradaba en ese momento sin preocuparse en absoluto de ti.
La otra soledad, la que yo he buscado, es la que he vivido delante del mar y que me traía recuerdos, vida, sensaciones, e incluso me hacia reabrir esas heridas que siempre deja el amor en nosotros desde el primer instante que como un ladrón y sin jamás esperarlo se cuela en nuestro corazón.
Y sin embargo es lo que más recuerdo de este periodo de vacaciones: la fascinante atracción que desde siempre ejerce el Mar sobre mí. Así que con la tarde casi a punto de terminar y el Sol oculto en el horizonte he vuelto a caminar sobre las dunas y los pinos para alcanzar la orilla de la playa y dejar que la noche comenzara a envolverme sentada en frente de las olas, esas olas que unos días estaban tranquilas acariciando la arena con suavidad sin casi emitir sonido alguno y otros días bravas y saltarinas danzando al ritmo del viento fuerte que estrellandose contra mi cuerpo me hacia sentir viva.
Y es entonces, cuando los elementos rugen y cantan con fuerza cuando he sentido la sensación de una paz grande inundando mi corazón y la ausencia material de las personas amadas que no están a mi lado en esos momentos o que nunca volverán a estarlo jamás se ha dulcificado. Poco a poco esa ausencia se ha convertido en sonrisa que lentamente quiere aparecer en la comisura de los labios sin poder evitarla y termina por inundar el rostro entero. Y he comenzado a experimentar ese amor en la fuerza de las olas que llegando hasta mis pies me hablan con un lenguaje y unas palabras que no entiendo en mi mente pero si en mi ser, en las gaviotas que me susurran al volar sobre mi cabeza mientras hacen sus piruetas con esa elegancia tan insuperable que poseen, y en la arena que se desliza entre mis dedos. Ya no estoy sola. La Vida esta allí y yo soy parte de ella y ella de mi. Y no siento el tiempo que pasa. Luego lentamente sacudo la arena húmeda de mis piernas y manos y en medio de las luces del anochecer deshago el camino de las dunas y los pinos y regreso a la casa, sin miedo a la oscuridad, ni al mañana desconocido e incierto. Porque nada importa excepto estar viva y el momento presente que la Vida me ha regalado.

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