Una capilla del santuario de Loyola
Sin whatsapp, sin internet, sin televisión, sin
distracción alguna. En silencio. Muchos huirían espantados ante unos
días así y sin embargo, cada vez son más los que se apuntan a unos ejercicios
espirituales para apearse del trepidante día a día y bucear en su interior en
busca de sí mismos y de Dios. «Hay una inquietud muy grande», constata
Damián Picornell, director del centro de
espiritualidad del Santuario de Loyola, que achaca este aumento de demanda
a «la crisis que está empujando a muchos a buscar un sentido a su vida» y al
carisma del Papa Francisco, «con mensajes, contundentes, sencillos, claros y
profundos, a los que acompaña su testimonio de vida».
En Loyola, uno de los tres centros de espiritualidad
de la Compañía de Jesús en España junto al de Salamanca y Manresa, unas 150
personas realizan al año ejercicios espirituales individualizados a las que
se suman entre 800 y 900 personas más en grupos, así como otras en
cursos, retiros puntuales… Existe un gran abanico de ejercicios -desde un mes
los más completos, hasta de fin de semana- en los centros de espiritualidad y
en las 15 casas de ejercicios de los jesuitas en España para atender a todos
aquellos que se plantean dudas de fe o simplemente están en búsqueda. Incluso
por internet.
En la plataforma online espiritualidadignaciana.org, unas 80
personas siguen actualmente el itinerario que escribió San Ignacio en el siglo
XVII. Los tiempos han cambiado, pero cinco siglos después, su propuesta sigue
siendo útil a muchísimas personas para ganar «hondura, sentido y fe» en su
vida. «San Ignacio tenía una intuición
antropológica, un conocimiento humano muy profundo y por eso perdura.
Hay acentos, maneras de expresar, lenguaje que cambia, pero por mi propia
experiencia cuanto más fieles somos a la intuición de San Ignacio, más fruto
dan los ejercicios», asegura Picornell, a quien le gusta recordar una frase del
santo: «No el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar de
las cosas internamente».
Una experiencia así «cambia la vida, la transforma, y eso lo nota no solo el que viene sino también su
familia, su entorno», añade el jesuita que subraya cómo la persona que se
apunta puede interrumpir su estancia en cualquier momento. Es «un medio, no un
fin» que se vive en completa libertad y confidencialidad, dice, «una pedagogía
que provoca una experiencia personal de encuentro con Dios». El que da los
ejercicios habla muy poco -«una media hora al día»- para presentar el mensaje y
el resto lo dedica cada uno a meditar y, si quiere, puede dialogar con la
persona que se ha asignado como acompañante en el proceso.
Unas 40 personas se preparan actualmente en cursos online para acompañar a otros. Es una tarea
abierta a religiosos y laicos para la que se requiere la experiencia propia de
haber vivido unos ejercicios, empatía y una rigurosa formación. Para ello existe
un máster
que se imparte en la Universidad P. Comillas de Salamanca y desde hace unos
años la posibilidad online en la que la mayoría son laicos. Picornell resalta
su necesario papel: «Hemos tenido que decir que no a unas 400 personas que
querían seguir los ejercicios online porque no podíamos atenderlos».
Es un dato más que confirma que «la espiritualidad está
en alza, va a más», como constata Santiago Bohigues, secretario de la Comisión Episcopal del
Clero y conductor de ejercicios espirituales dirigidos a sacerdotes.
La mayoría de los que acuden a unos ejercicios reserva
este tiempo de desconexión para las vacaciones de verano. «De mediados de mayo
a finales de septiembre tenemos el centro de Loyola, con capacidad para 120
personas, completo todos los días», indica el director del mismo.
Las semanas de cuaresma son otro tiempo habitual en el
calendario para acudir a un centro de espiritualidad o una casa de ejercicios.
«Es un momento de preparación a la Pascua, de conversión y la penitencia solo
se entiende en orden al amor. Uno tiene que liberarse y ponerse frente al amor
de Dios para entregarse a los demás», señala Bohigues. «Todos tenemos
nuestras cruces, lo que nos tira para atrás, lo que nos espanta en la vida.
Los ejercicios son una escuela de amor y ese Amor con mayúsculas lo vivimos
especialmente en la Semana Santa».
«Silencio, interioridad y humildad»
El secretario de la Comisión Episcopal del Clero
avisa, sin embargo, de que no es una propuesta que todos puedan aprovechar
de la misma manera. «Los que no tienen capacidad de silencio o no hayan
aprendido a desconectar lo van a pasar mal», señala recomendando a éstos que
antes acudan unos días por ejemplo a la hospedería de algún monasterio «para ir
venciendo los frenos ante el silencio». Para poder ir «se necesita silencio,
interioridad y humildad». El mundo actual no invita precisamente a este
recogimiento, reconoce Bohigues. «Asusta entrar en el corazón, pero ahí está
la verdad de nuestra vida», señala el sacerdote que invita a «no tener
miedo a lo que uno es, y dejarse llevar por Dios».
Picornell recuerda a una alta ejecutiva de una empresa
española que acudió a Loyola y que agradecía poder pasar unos días offline.
«¡Cuando terminó los ejercicios tenía más de 1.500 whatsapp! Uno no puede vivir
una experiencia profunda de entrar en su interior pendiente en todo momento del
móvil», subraya.
Tampoco conviene ir si se sufre, por ejemplo, una
depresión. «Los ejercicios no son una terapia», recuerda Picornell y
para realizarlos «se necesita fuerza física y equilibrio emocional». Si alguien
llega con heridas interiores o problemas no solucionados (la muerte de un ser
querido, un despido…), hablar con el conductor de los ejercicios «será de ayuda
para saltar por encima de lo que te está condicionando», recomienda Bohigues.
El secretario de la Comisión Episcopal del Clero es un
firme defensor de los ejercicios espirituales. «Yo creo en ello porque cuando
uno se enriquece, enriquece a los demás. Hoy se evangeliza como siempre, por
contagio».
El «bala perdida» que acabó santo
Los ejercicios espirituales se basan en la experiencia
que vivió Ignacio de Loyola, un joven «muy presumido, metido en negocios de
armas y mujeres que estuvo a punto de ser detenido y que se preparaba para ser
militar famoso», según describe el director del centro de espiritualidad del
Santuario de Loyola. Herido con una bala de cañón en el sitio de Pamplona, fue
llevado a su casa natal en Loyola y operado en la actual Capilla de la
conversión. «Estuvo a punto de morir», señala Damián Picornell. En su
convalecencia pidió que le llevaran novelas de caballerías, de las que era muy
aficionado, pero en la casa solo tenían un libro de la vida de Cristo y otro de
los santos. Así comenzaría su viaje interior que después escribiría y ofrecería
a otros como ayuda. «Era un bala perdida que tuvo una experiencia vital que le
cambió», resume Picornell.
Articulo aparecido en el periodico ABC Marzo 2015
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