10 mar 2015

Entrevista: Ejercicios Espirituales, en demanda.



 Una capilla del santuario de Loyola

Sin whatsapp, sin internet, sin televisión, sin distracción alguna. En silencio. Muchos huirían espantados ante unos días así y sin embargo, cada vez son más los que se apuntan a unos ejercicios espirituales para apearse del trepidante día a día y bucear en su interior en busca de sí mismos y de Dios. «Hay una inquietud muy grande», constata Damián Picornell, director del centro de espiritualidad del Santuario de Loyola, que achaca este aumento de demanda a «la crisis que está empujando a muchos a buscar un sentido a su vida» y al carisma del Papa Francisco, «con mensajes, contundentes, sencillos, claros y profundos, a los que acompaña su testimonio de vida».
En Loyola, uno de los tres centros de espiritualidad de la Compañía de Jesús en España junto al de Salamanca y Manresa, unas 150 personas realizan al año ejercicios espirituales individualizados a las que se suman entre 800 y 900 personas más en grupos, así como otras en cursos, retiros puntuales… Existe un gran abanico de ejercicios -desde un mes los más completos, hasta de fin de semana- en los centros de espiritualidad y en las 15 casas de ejercicios de los jesuitas en España para atender a todos aquellos que se plantean dudas de fe o simplemente están en búsqueda. Incluso por internet.
En la plataforma online espiritualidadignaciana.org, unas 80 personas siguen actualmente el itinerario que escribió San Ignacio en el siglo XVII. Los tiempos han cambiado, pero cinco siglos después, su propuesta sigue siendo útil a muchísimas personas para ganar «hondura, sentido y fe» en su vida. «San Ignacio tenía una intuición antropológica, un conocimiento humano muy profundo y por eso perdura. Hay acentos, maneras de expresar, lenguaje que cambia, pero por mi propia experiencia cuanto más fieles somos a la intuición de San Ignacio, más fruto dan los ejercicios», asegura Picornell, a quien le gusta recordar una frase del santo: «No el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente».
Una experiencia así «cambia la vida, la transforma, y eso lo nota no solo el que viene sino también su familia, su entorno», añade el jesuita que subraya cómo la persona que se apunta puede interrumpir su estancia en cualquier momento. Es «un medio, no un fin» que se vive en completa libertad y confidencialidad, dice, «una pedagogía que provoca una experiencia personal de encuentro con Dios». El que da los ejercicios habla muy poco -«una media hora al día»- para presentar el mensaje y el resto lo dedica cada uno a meditar y, si quiere, puede dialogar con la persona que se ha asignado como acompañante en el proceso.
Unas 40 personas se preparan actualmente en cursos online para acompañar a otros. Es una tarea abierta a religiosos y laicos para la que se requiere la experiencia propia de haber vivido unos ejercicios, empatía y una rigurosa formación. Para ello existe un máster que se imparte en la Universidad P. Comillas de Salamanca y desde hace unos años la posibilidad online en la que la mayoría son laicos. Picornell resalta su necesario papel: «Hemos tenido que decir que no a unas 400 personas que querían seguir los ejercicios online porque no podíamos atenderlos».
Es un dato más que confirma que «la espiritualidad está en alza, va a más», como constata Santiago Bohigues, secretario de la Comisión Episcopal del Clero y conductor de ejercicios espirituales dirigidos a sacerdotes.
La mayoría de los que acuden a unos ejercicios reserva este tiempo de desconexión para las vacaciones de verano. «De mediados de mayo a finales de septiembre tenemos el centro de Loyola, con capacidad para 120 personas, completo todos los días», indica el director del mismo.
Las semanas de cuaresma son otro tiempo habitual en el calendario para acudir a un centro de espiritualidad o una casa de ejercicios. «Es un momento de preparación a la Pascua, de conversión y la penitencia solo se entiende en orden al amor. Uno tiene que liberarse y ponerse frente al amor de Dios para entregarse a los demás», señala Bohigues. «Todos tenemos nuestras cruces, lo que nos tira para atrás, lo que nos espanta en la vida. Los ejercicios son una escuela de amor y ese Amor con mayúsculas lo vivimos especialmente en la Semana Santa».

«Silencio, interioridad y humildad»

El secretario de la Comisión Episcopal del Clero avisa, sin embargo, de que no es una propuesta que todos puedan aprovechar de la misma manera. «Los que no tienen capacidad de silencio o no hayan aprendido a desconectar lo van a pasar mal», señala recomendando a éstos que antes acudan unos días por ejemplo a la hospedería de algún monasterio «para ir venciendo los frenos ante el silencio». Para poder ir «se necesita silencio, interioridad y humildad». El mundo actual no invita precisamente a este recogimiento, reconoce Bohigues. «Asusta entrar en el corazón, pero ahí está la verdad de nuestra vida», señala el sacerdote que invita a «no tener miedo a lo que uno es, y dejarse llevar por Dios».
Picornell recuerda a una alta ejecutiva de una empresa española que acudió a Loyola y que agradecía poder pasar unos días offline. «¡Cuando terminó los ejercicios tenía más de 1.500 whatsapp! Uno no puede vivir una experiencia profunda de entrar en su interior pendiente en todo momento del móvil», subraya.
Tampoco conviene ir si se sufre, por ejemplo, una depresión. «Los ejercicios no son una terapia», recuerda Picornell y para realizarlos «se necesita fuerza física y equilibrio emocional». Si alguien llega con heridas interiores o problemas no solucionados (la muerte de un ser querido, un despido…), hablar con el conductor de los ejercicios «será de ayuda para saltar por encima de lo que te está condicionando», recomienda Bohigues.
El secretario de la Comisión Episcopal del Clero es un firme defensor de los ejercicios espirituales. «Yo creo en ello porque cuando uno se enriquece, enriquece a los demás. Hoy se evangeliza como siempre, por contagio».

El «bala perdida» que acabó santo

Los ejercicios espirituales se basan en la experiencia que vivió Ignacio de Loyola, un joven «muy presumido, metido en negocios de armas y mujeres que estuvo a punto de ser detenido y que se preparaba para ser militar famoso», según describe el director del centro de espiritualidad del Santuario de Loyola. Herido con una bala de cañón en el sitio de Pamplona, fue llevado a su casa natal en Loyola y operado en la actual Capilla de la conversión. «Estuvo a punto de morir», señala Damián Picornell. En su convalecencia pidió que le llevaran novelas de caballerías, de las que era muy aficionado, pero en la casa solo tenían un libro de la vida de Cristo y otro de los santos. Así comenzaría su viaje interior que después escribiría y ofrecería a otros como ayuda. «Era un bala perdida que tuvo una experiencia vital que le cambió», resume Picornell.
Articulo aparecido en el periodico ABC Marzo 2015

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