La COP26 en Glasgow decepcionó en el punto central: en el consenso sobre la mitigación del calentamiento global, pues todavía admitió el uso del carbón, aunque para ser abolido gradualmente como fuente energética. Pero tuvo el mérito que nunca habían tenido las sesiones de las 25 COPs anteriores. Esta vez, sin excepción, se admitió la existencia antropogénica de los disturbios climáticos. Se han producido eventos extremos, la irrupción del metano, debido al deshielo del permafrost y de los cascos polares, 20 veces más dañino que el CO2, la erosión creciente de la biodiversidad, la gama de virus como el de la Covid-19, la Sobrecarga de la Tierra (Earth Overhoot) que nos llena de temor cada año, pues el consumo actual necesita más de una Tierra y media (1,75), lo que impide su biocapacidad y la superación de algunas de las Nueve Barreras Planetarias (9 Planetarian Bounderies) que pueden poner en peligro nuestro ensayo civilizatorio. Tdo ello ha duplicado los negacionistas, que preferían defender sus fortunas y su capital antes que la vida del planeta y nuestro futuro común.
Hay una acalorada disputa mundial sobre cómo continuará la historia en la pos-pandemia. Hay varios modelos en la agenda. Creo que deberían descartarse los más radicales, porque son demasiado crueles y anti-vida humana, como el Great Reset, “el Gran Reinicio” de un capitalismo despótico, sugerido por el príncipe parásito Charles y asumido por el 0,1% de los multibillonarios mundiales. También el tentador “Capitalismo verde” que busca cubrir de verde todo el planeta, pero no plantea nunca la cuestión de la desigualdad social que castiga y se cobra millones de vidas humanas. Aceptables y en cierto modo promisorios son el eco-socialismo y el bien vivir y convivir de los andinos. Ambos serían viables en el supuesto de una gobernanza global y pluralista, dispuesta a encontrar soluciones globales para problemas globales como el de la pandemia, y de un orden planetario mínimo que incluya a todos, también la naturaleza, en la única Casa Común.
Creo que el Papa Francisco en la Fratelli tutti presentó algunos valores fundamentales a partir de los cuales se podría proyectar un paradigma que garantice el futuro de la especie y de nuestra civilización: una biocivilización centrada en una fraternidad sin fronteras y una amistad social universal.
Claramente se dio cuenta de que hay tres presupuestos necesarios: el primero, superar el paradigma vigente desde hace ya algunos siglos del ser humano como dominus (dueño y señor) que no se siente parte de la naturaleza sino que la domina con el instrumento de la tecnociencia. El segundo, asumir una alternativa al dominus, que sería el frater: el ser humano, hombre y mujer, hermanos y hermanas unos de otros y de todos los seres de la naturaleza, por tener todos un origen común, el húmus de la Tierra, por ser portadores del mismo código genético de base y por sentirnos parte de la naturaleza. El tercero, activar el “principio esperanza”, más profundo que la virtud de la esperanza, aquel impulso interior que no conoce tiempo ni espacio y que está presente siempre en el ser humano llevándolo a la indignación contra los desaciertos sociales y al coraje para transformarlos proyectando nuevos mundos, utopías viables y la autosuperación de sí mismo.
Los valores no serán tomados de las grandes narrativas ya ensayadas, la del iluminismo, la del capitalismo y la del socialismo que llevaron a la crisis sistémica actual, y que por tanto no realizaron sus propósitos. Va a beber del propio pozo, en la naturaleza esencial del ser humano.
Ahí descubre que somos esencialmente seres de relación ilimitada, cuya mejor expresión reside en la amorosidad; seres de solidaridad que en los primeros tiempos de la hominización nos permitió dar el salto de la animalidad a la humanidad; seres de cooperación, pues solamente juntos podemos construir nuestro hábitat que se da en la convivencia, en la sociedad, en las civilizaciones, en una palabra, en el bien-común general; seres de cuidado, pues este define la naturaleza humana, de todos los seres vivos y emerge también como una constante cosmológica: todo existe porque todos los factores se combinaron sutilmente para que irrumpiese la vida, y como sub-capítulo de la vida, la vida humana y el propio universo, que sin el debido cuidado de todos los elementos no habría permitido que estuviésemos aquí escribiendo sobre estas cosas; seres espirituales, capaces de plantear las cuestiones más radicales sobre el por qué de nuestra existencia, absolutamente gratuita, cuál es nuestro lugar en el conjunto de los seres, a qué destino somos llamados y el hecho de intuir que detrás de todo lo que existe y vive subyace una Energía poderosa y amorosa (¿el Vacío cuántico, la Energía de fondo del universo o el Abismo generador de todo lo que existe?) con la cual podemos relacionarnos con veneración y con silencio reverente.
A partir de estos valores podrá forjarse otro mundo posible y ahora necesario. Lógicamente la travesía de un paradigma a otro no se hará de un día para otro, y no sin grandes dificultades, oposiciones y crisis. Pero no tenemos otra alternativa. Como escribió Eric Hobsbawn en “La era de los extremos” (1995) en su última página: “No sabemos hacia donde estamos yendo. Si la humanidad quiere tener un futuro significativo no puede ser mediante la prolongación de pasado y del presente. Si tratamos de construir el tercer milenio sobre esta base vamos a fracasar. Y el precio del fracaso, o sea, la alternativa al cambio de la sociedad es la oscuridad” (p.562).
Esto vale especialmente para aquellos que anhelan volver a la antigua normalidad, perversa para la vida de la naturaleza y para la vida humana. Tenemos que cambiar o si no, como dijo el Secretario de la ONU, António Guterres, al abrir los trabajos de la COP26: “Si no actuamos ahora estaremos cavando nuestra propia sepultura”.
El futuro es hoy, como proclamaban las cien mil personas de la COP26 paralela en Glasgow. Si no empezamos ahora a orientarnos por los valores arriba mencionados, estaremos pavimentando el camino para un desastre ecológico-social de proporciones nunca antes habidas. Pero creo y espero, espero y creo que la pulsión de vida, más fuerte que la pulsión de muerte, nos llevará a los cambios necesarios. Viviremos y todavía vamos a brillar.
Leonardo Boff, filósofo y ecoteólogo ha escrito El doloroso parto de la Madre Tierra: una sociedad de fraternidad sin fronteras y de amistad social, Vozes 2020.
No hay comentarios:
Publicar un comentario